Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

  • La economía española ha entrado en una fase plagada de contradicciones en la que resulta muy difícil orientarse

La economía española ha entrado en una fase confusa, plagada de contradicciones en la que resulta muy difícil orientarse. Si empezamos por el PIB veremos que las cifras del año pasado han sido buenas y las previsiones para el presente son excelentes. Si todo va bien, triplicaremos, ahí es nada, la media europea, gracias al efecto cruzado de nuestra sorprendente buena marcha y la preocupante atonía de nuestros socios que remolonean al borde de la recesión. Luego, el resultado del análisis del crecimiento no es muy sano, pues se compone de un consumo interior razonable, sostenido por el empleo, de una demanda exterior que no está asentada, pues sufre la mala situación de nuestros principales clientes, y de una inversión que se encuentra huida. Una huida preocupante pues la inversión es la garantía de un futuro mejor, una de las bases de la productividad del país, el apoyo de la competitividad de las empresas y la esperanza de unos salarios mayores. Al contrario, la base de nuestro crecimiento es el gasto público y eso gusta a algunos pero compromete a todos.

Esa es la foto, pero si miramos el video, veremos que entre 2019 y 2023 somos el país número 23 de la UE en crecimiento y, si nos fijamos en la inversión por persona en edad de trabajar, veremos que ha caído desde el primer trimestre de 2022 un 5,3%, que compara mal con el imponente 53% que ha crecido en la UE. De ahí que la productividad real por hora trabajada, en un período tan largo que empieza en 1995, crezca en EE UU a una media del 1,5% anual, en la UE lo haga al 1% y en España al 0,6%. Ese año, la productividad española se situaba un 9,5% por encima de la media de la UE a 27 y en 2023 ha pasado a colocarse en un 8,7% por debajo de esa media.

Si quiere un resumen de todo ello, quédese con la evidencia de que la renta per cápita, un indicador más cercano y visible, ha bajado desde el pico del 105,3% alcanzado en el 2006 hasta el valle del 86,3% registrado en 2023, lo que nos ha permitido entrar en la vergonzante lista de los países aptos para recibir ayudas especiales en la UE.

Sigamos con el empleo, cuyas cifras absolutas son magníficas, con récord de cotizantes y un paro menguante. Pero, estamos en lo mismo, si hurgamos un poco en ellas es difícil de explicar que sigamos siendo el segundo país con un paro mayor, que las horas trabajadas en 2023 sean las mismas que en 2019 y 592 millones menores que las de 2008. A la hora de enjuiciar la deriva no se olvide de releer la evolución de la productividad, que quizás podría haber explicado el fenómeno. Un 57% de los nuevos ocupados en 2023 trabajan menos de seis horas diarias. Luego hay mucho empleo público, que ha crecido durante el mandato de Pedro Sánchez un 21%, con 520.000 empleados más, mientras que el del sector privado lo ha hecho al 9%. Entretanto seguimos con el misterio de los fijos discontinuos cuyo número, a pesar de las numerosas promesas emitidas, sigue sin resolverse.

Complete el panorama con el auge del absentismo, con casi 1,4 millones de trabajadores que no se presentan a diario a su puesto de trabajo, con la sangría de capital humano que supone la marcha de 531.889 personas que se han ido al extranjero en busca de un puesto de trabajo, de las que un tercio tienen estudios superiores, y con la desagradable sorpresa de que el número de trabajadores que sufrió un despido colectivo en 2023 aumentó un 50,8%.

Nos quedaría por comentar la evolución del coste de todo ello, del incremento del endeudamiento -debemos ya más de un billón y medio de euros-, de las ayudas recibidas de Europa de los fondos tradicionales, 85.000 millones, y de los nuevos del Next Generation, cuya llegada resulta imposible de cuantificar dado que los sistemas informáticos no funcionan y, al parecer, nadie es capaz de arreglarlos. Y algo deberíamos decir de la paradoja del consumo, que en pleno auge del empleo y con las pensiones aupadas sobre la inflación convive con dos hechos. Según la OCU, consumimos menos pescado fresco ( 60%), menos carne sin procesar (54%), menos aceite de oliva (53%), menos fruta y verdura (50%) y menos lácteos (30%). Pero si ha buscado este fin de semana una mesa en un restaurante, si ha querido reservar un apartamento en Cádiz para agosto o si piensa ir a la final de la Copa en Sevilla, seguro que ha comprobado que son innumerables los que se le han adelantado en la idea.