ABC-ISABEL SAN SEBASTIÁN

Boris Johnson ha secuestrado al Parlamento y empujado a la Corona a tomar partido por un bando frente a otro

EL mundo democrático atraviesa una época oscura en lo que atañe a la gestión de lo público. Desde que en los años treinta del siglo pasado alcanzó los mandos de las potencias occidentales una combinación explosiva de líderes totalitarios, comunistas o ultranacionalistas, mezclados con otros demasiado débiles para plantarles cara, no había estado gestionada esta parte del planeta por gente tan peligrosa. La banda integrada por Hitler, Stalin, Chamberlain y Daladier nos condujo a una guerra devastadora saldada con millones de muertos. La que componen hoy Trump, Johnson, Putin o una Merkel pasada de rosca puede llevarnos a la liquidación del período más libre y más próspero que ha conocido la humanidad. En este contexto desolador, personajes menores como Pedro Sánchez o nuestros caudillos locales no hacen sino confirmar que el declive es generalizado y es por tanto perentorio prepararse para lo peor.

El primer ministro británico, tan parecido en todos los sentidos al presidente norteamericano, encarna el retrato mismo del populista aupado al poder merced a un discurso de soluciones fáciles a problemas complejos, atractivo para los medios de comunicación por su alto contenido en titulares jugosos. Es una máquina de generar «noticias». Un payaso político (pido perdón a los profesionales del

gremio) que tan pronto dice una cosa como su contraria. Un producto característico de este tiempo de redes sociales y telebasura, determinantes en la decisión del voto, que lleva a cuestionarse seriamente si la democracia misma no estará socavando sus cimientos hasta el punto de poner en riesgo su propia supervivencia. ¿Qué otra cosa cabe colegir de la maniobra consistente en clausurar varias semanas el parlamento de Westminster, implicando en el cerrojazo nada menos que a la reina Isabel, con el fin de impedirle defender a esa mitad exacta de los británicos que se mantiene firme en su voluntad de no abandonar la Unión Europea? En el Reino Unido de la Gran Bretaña, cuna del parlamentarismo y de la monarquía constitucional, nunca antes se había atrevido nadie a silenciar la voz de los Comunes y empujar además a la Corona a tomar partido por un bando frente a otro.

Boris Johnson se ha sentido respaldado por el apoyo explícito que dio Trump a un Brexit duro en la cumbre del G7 y, con su ataque sin precedentes al legislativo, ha hecho buena a Theresa May. Ella fracasó en el empeño de lograr un acuerdo entre británicos y con Bruselas, pero al menos lo intentó y reconoció su impotencia presentando la dimisión. Su sucesor está decidido a precipitarse al vacío de un «no deal» y arrastrar con él a la libra, a los mercados internacionales, la empresas y los ciudadanos, con tal de afianzarse en la poltrona. Consciente del escaso margen de actuación con el que cuenta, ha secuestrado a la institución susceptible de pararle los pies. Temporalmente, por supuesto. Durante el tiempo necesario para marcharse de la Unión dando un portazo, sin pagar sus deudas, ni pactar los términos de las relaciones futuras, ni resolver la cuestión de la frontera irlandesa, ni tampoco dar respuesta a la legítima queja de los escoceses, a quienes se aseguró desde Londres que para seguir perteneciendo al club europeo era condición inexcusable rechazar la autodeterminación en el referéndum celebrado en 2014. Y lo peor es que quienes tiene enfrente, empezando por el laborista Corbyn, carecen de altura de miras para aunar fuerzas contra esa locura y relegar sus intereses en beneficio del general. En la disyuntiva entre sus personas y el diluvio, unos y otros optan por que nos ahoguemos todos.