Constitución, lealtad e integración

La experiencia ha demostrado que los nacionalistas, lejos de tranquilizarse, se excitan en sus apetitos secesionistas a medida que disponen de más y mejores instrumentos de autogobierno, y que no se recatan en utilizarlos al servicio de sus propósitos divisivos.

El debate celebrado el pasado martes en el Senado nos devuelve a un escenario ya conocido por repetitivo. Desde las instancias centrales del poder del Estado, se procura mediante medidas descentralizadoras avanzar en el desarrollo del Estado de las Autonomías a la vez que se intenta así apaciguar las presiones reivindicativas de los partidos nacionalistas. Esa ha sido la tónica en las distintas etapas de nuestra democracia a lo largo del último medio siglo, plasmada en los sucesivos acuerdos entre las dos principales fuerzas políticas para ir ensanchando las competencias de las Comunidades Autónomas y entre ellas y los nacionalistas para incrementar los recursos financieros en manos de los Ejecutivos autonómicos. Sin embargo, en ninguno de estos pasos anteriores se había abierto el melón, constitucional, que siempre se había considerado intocable. Jose Luis Rodríguez Zapatero ha optado por romper el tabú y lo ha hecho en cuatro frentes, tres de ellos inocuos y uno potencialmente peligroso.

La eliminación de la primacía de la línea masculina sobre la femenina en la jefatura del Estado, la referencia a la Constitución Europea y la mención explícita de las Comunidades existentes en España, son pura cosmética. sin mayor trascendencia práctica. Ahora bien, la reforma del Senado es otra cosa porque toca el hueso del sistema vigente. En principio, nada se puede objetar a la voluntad de transformar el Senado en una verdadera Cámara territorial en la que se resuelvan los problemas derivados de la estructura compuesta del Estado, las Comunidades Autónomas se relacionen directamente entre sí y con el Gobierno central y se examinen las leyes que afecten a competencias autonómicas. Los modelos alemán o austríaco vienen a la mente y disponemos de abundantes ejemplos en el Derecho comparado entre los que inspirarnos. En términos estrictamente técnicos, el asunto admite seguramente una solución adecuada y no parece difícil alcanzarla con el concurso de todo el arco parlamentario.

Sin embargo, la experiencia ha demostrado que los nacionalistas, lejos de tranquilizarse, se excitan en sus apetitos secesionistas a medida que disponen de más y mejores instrumentos de autogobierno, y que no se recatan en utilizarlos al servicio de sus propósitos divisivos. Por tanto, no estaría de más, antes de lanzarse a una reforma del Senado en sentido federalizante exigir a los nacionalistas alguna muestra previa de espíritu constructivo como, por ejemplo, la retirada del Plan Ibarretxe por parte del PNV o de sus Bases para un Nuevo Estatuto de Cataluña por parte de Esquerra. De lo contrario, la lealtad y el ánimo integrador reiteradamente invocados en la Cámara Alta por el Presidente del Gobierno volverán a sonar a sarcasmo y las vistas de la habitación que quiere abrir no serán al cuidado jardín de la convivencia solidaria, sino al árido desierto de la disgregación.

Aleix Vidal-Quadras, LA RAZÓN, 14/5/2004