MIKEL BUESA-La Razón
- Lo que hemos heredado de todo esto es la ficción de que existen unos partidos constitucionalistas que podrían frenar y revertir la deriva fragmentaria de España
Se vuelve a hablar del constitucionalismo. Incluso Cayetana Álvarez de Toledo ha propuesto una especie de reagrupamiento constitucionalista al margen, según parece, de cualquier partido político. Y sin embargo el constitucionalismo, en su expresión política, lleva ya muchos años muerto, aunque sus rescoldos pervivan dentro del lugar en que nació, en una sociedad civil debilitada, casi marchita. El constitucionalismo emergió, aupado por varias de las asociaciones de resistencia al terrorismo etarra, en los años finales de la década de los noventa, reuniendo a un extenso y variopinto número de personas que, en aquella coyuntura, intuyeron el peligro que representaba la confluencia del PNV con ETA tras el Pacto de Lizarra, y de su corolario el Plan Ibarretxe. Estaban allí los viejos comunistas –que aún mantenían el espíritu de la reconciliación– y los nuevos de la Unificación –que defendían la unidad de España–, al lado de un núcleo socialista en el que destacaban los antiguos miembros de Euskadiko Ezquerra, y de otro, tal vez más extenso, de gentes de derecha –algunas de las cuales militaban en el PP–. Sus éxitos fueron notables al sostener un debate permanente con el nacionalismo que limitó las pretensiones de éste, especialmente cuando el presidente Zapatero se empeñó en una negociación con ETA. Pero en el plano de la política institucional, ese movimiento no logró hacer cuajar ningún proyecto después del fracaso que supuso el anuncio de un posible gobierno de coalición PSOE-PP en el marco de las elecciones vascas de 2001 –que ganó Ibarretxe–. Lo que vino después es un progresivo distanciamiento entre la derecha y la izquierda, especialmente cuando esta última fue aproximándose progresivamente al nacionalismo radical, tanto en Euskadi como en Cataluña. Y en ese contexto, los dos nuevos partidos que emergieron del constitucionalismo civil –UPyD y Ciudadanos– acabaron arrumbados por el bipartidismo tradicional.
Lo que hemos heredado de todo esto es la ficción de que existen unos partidos constitucionalistas que podrían frenar y revertir la deriva fragmentaria de España. Yo no creo en eso. Descarto del papel regenerador a la izquierda socialista por su acomodo con el independentismo; y sólo veo alguna posibilidad en el centro-derecha, aunque con grandes dudas suscitadas por los personalismos que, en ella, lo van emborronando todo.