EL CORREO 28/10/13
MANUEL MONTERO
· Es de esas expresiones que cada uno entiende como quiere y sirve para fustigar al contrario
Nos ha caído buena. Ahora nos toca construir la paz, tras soportar durante décadas la guerra que el terrorismo hizo a la democracia. Dicen que es una empresa colectiva, «hemos de construir la paz entre todos», pero del dicho se deduce que la carga de la edificación recae sobre la democracia. Eso sí, los exterroristas y adláteres están dispuestos a echar una mano. Para exigir que construyamos la paz –«con la aportación de todos y todas»– y para sugerir el diseño, pues tiene que salirnos una paz de su gusto: verdadera, justa y duradera. Si les contenta habremos construido la paz, aunque contraríe a sus víctimas y a medio país.
Tendremos que sobrellevar la cruz. Cuando entra en el habla vasca una expresión de traza salvadora echa raíces y se repite no hasta la extenuación, sino mucho más allá. «Construir la paz» da en el estribillo de moda. El conciliábulo que montó Bildu en San Sebastián para convencerse de que va por el buen camino llevaba por título ‘Construyendo la paz desde el ámbito local’, en gerundio para más inri. CIU, conmovida, envió unos propios para ayudar a «construir la paz».
Pues a primera vista hay consenso. Bildu proponía en las elecciones, hace un año, «un pacto entre vascos para construir país y la paz», que creen casi lo mismo. En el mismo trance el PNV adoptaba «el compromiso de construir la paz y la convivencia», otra variante. Lo usa menos el PP, pero si le aprietan se ve en la tarea de construir la paz. El PSOE, con lo que le gusta lo esotérico, va a lo grande: quiere «construir el futuro de convivencia, paz y libertad», nada menos, y se queja de los no constructores.
Construir la paz se ha convertido en un lugar común que, como suele sucedernos, se ha vaciado de contenido o lo esconde. El latiguillo está cargado de connotaciones positivas –¿quién diría que no quiere construir la paz?–. Es de esas expresiones que cada uno entiende como quiere y sirve para fustigar al contrario. El PSE pedía en su día a PP y PNV que ayudasen al lehendakari López a «construir la paz». «No me parece que para PSE y PP construir la paz sea una prioridad», decía el PNV con la misma impunidad. Bildu tiende a sospechar que los demás no están por la labor. Así que sirve para quedar bien, adjudicarse el monopolio de las buenas intenciones y difundir sospechas.
Construir la paz es hoy el pan nuestro de cada día, pero tiene pedigrí. Entró muy pronto en la política vasca. «Este es el camino para construir la paz del País Vasco» se oía en una fecha tan temprana como enero de 1978. Lo decía Leizaola y se refería al Decreto de Suárez que preveía la preautonomía. Poca cosa, se dirá, pero da pistas interpretativas. En el uso más frecuente, la construcción de la paz vasca se enlaza con los logros nacionalistas. En noviembre del 78 los obispos vascos llamaban a construir la paz, con medidas «jurídico-institucionales que alumbren una verdadera pacificación». Desde entonces los afanes por construir la paz –¡35 años en la obra!– nos han acompañado. En paralelo a construir Euskadi, construir Euskal Herria, construir juntos la nación vasca y construir el futuro, entre otras entrañables empresas.
La expresión suena noble y su teorización lo es. El sentido en que se está usando se relaciona con los planteamientos pacifistas y la teoría de resolución de conflictos. Parte de la distinción entre una paz que consista en la mera ausencia de guerra y otra que exige una actitud constructiva para eliminar las injusticias y desigualdades que provocan la violencia. Gestado para situaciones sociales críticas, la aplicación de este principio entre nosotros tiene unos efectos perversos. Sugiere que el terrorismo se debe a injusticias históricas y le asiste alguna legitimidad de origen: si no se eliminan tales causas no habremos llegado a la paz. Así, construir la paz no conlleva demandar la desaparición de organizaciones terroristas sino exigir medidas políticas ajustadas a su concepto no democrático de ‘conflicto’.
Los llamamientos a que emprendamos la gran empresa de nuestra época llegan sobrecargados de lugares comunes: «Es la hora de construir la paz», «tenemos que construir la paz entre todos», «la esperanza es un resorte para construir la paz», «no hay excusa para no construir la paz», «es algo muy serio», «la sociedad ha decidido construir la paz». Es imprescindible para la convivencia, para la normalización política, etcétera.
El exceso de retórica no oculta que, en su uso más frecuente, construir la paz quiere decir, primero, que el Gobierno haga concesiones a la estrategia de la izquierda abertzale. Se asegura así que para construir la paz deben cumplirse sus exigencias respecto a los presos. Pero hay más. Construir la paz quiere decir también llegar a «acuerdos inclusivos», previa mesa negociadora; y, por supuesto, a cambios políticos en la línea reivindicada por los exterroristas.
En resumidas cuentas, «construir la paz» significa fundamentalmente avances soberanistas. Tiene que ver más con tales pretensiones políticas que con el fin de la violencia. Su traducción literal sería «construir la soberanía vasca», estableciéndose una peculiar pareja de sinónimos. No tiene mucho mérito el soberanismo cuando asegura que está comprometido con construir la paz, pues sólo busca que se cumplan sus ilusiones doctrinales. Harina de otro costal sería que se mostrase dispuesto a rebajar sus reivindicaciones con tal de lograrla. No lo verán nuestros ojos. «Todos tenemos que arrimar el hombro» para construir la paz, pero algunos sólo para recolectar.