Soledad e impotencia

EL CORREO 28/10/13
TONIA ETXARRI

· La concentración puso el contrapunto de apoyo a la sensación de soledad política que padecen las víctimas del terrorismo

La nutrida manifestación que discurrió ayer por las calles de Madrid para protestar contra la sentencia del Tribunal de Estrasburgo que tumbó la aplicación retroactiva de la ‘doctrina Parot’ compensó a las víctimas del terrorismo su sensación de soledad política. La convocatoria había sido una iniciativa de la AVT, apoyada por el PP y secundada por UPyD, Ciutadans y UPN. A partir de ahí, las adhesiones que se podían contabilizar eran a título individual, mezcladas en una marea humana que clamaba justicia porque no entiende de componendas. Que es lo que creen que ha pasado en los casos como el del preso Bolinaga, enfermo terminal que continúa en libertad; el de Valentín Lasarte, disfrutando de permiso algunos fines de semana; o Sortu, que sigue justificando la historia de ETA.
A la manifestación de ayer pudieron haberse sumado otros partidos que dicen defender a las víctimas y entender su dolor. En Euskadi hay unos cuantos. Pero no lo hicieron. Pudo haberse sumado el partido socialista, uno de los dos que más ha sufrido los azotes del terrorismo. Pero tampoco. Quizá la negativa de Zapatero a tomar en consideración, en reiteradas ocasiones, las proposiciones de ley presentadas por el PP en el Congreso de los Diputados para que terroristas y narcotraficantes cumplieran íntegramente las penas de cárcel les retuvo en casa ante el temor de que las víctimas les reprocharan su papel en sede parlamentaria.
Porque es lo que les queda a las víctimas, además de la dignidad: la memoria. Quizá por eso ayer algunos grupos de manifestantes no tuvieron empacho en insultar a unos dirigentes del PP, como Quiroga y Oyarzábal, y aplaudir a otros como Iturgaiz y Mayor Oreja. Fueron gestos aislados que, sin duda, serán interpretados de muy diferente manera, pero que denotan el estado de hartazgo e impotencia que embarga a un sector de ciudadanos que vieron sus vidas truncadas por culpa del terrorismo. La sentencia de Estrasburgo que va a facilitar la puesta en libertad de más de cincuenta terroristas y violadores les lleva a pensar que no se están haciendo las cosas bien en el cierre del capítulo de la violencia.
Poco margen tiene el Gobierno a estas alturas, más que los recursos correspondientes de la Fiscalía ante las reclamaciones individuales de los presos que quieren que se les aplique un nuevo cómputo de las penas a fin de recuperar la ‘tarifa plana’ en los beneficios penitenciarios que les permitía el antiguo Código Penal antes de su reforma en 1995. Pero la desconfianza planeaba en la concentración.
La manifestación no iba contra nadie en concreto sino contra una Justicia que deja en la calle a delincuentes que no han llegado a pagar, en algunos casos, ni con un año de prisión por cada crimen cometido. Si la ‘doctrina Parot’ fue un parche o no, si los legisladores de los años 80 hasta 1995 cometieron la desidia de no abordar la reforma necesaria del Código Penal, es un lamento que no tiene ningún sentido, precisamente, que tenga carácter retroactivo. Pero que el eco de los reproches resuena en los oídos de Rajoy es un hecho.
Su entorno llegó a temer que los manifestantes convirtieran su concentración en un acto de protesta contra el Gobierno. Y, finalmente, no lo fue. Pero queda en el poso de la amargura de la gente que salió ayer a la calle una sensación de desistimiento, de desafección hacia la Justicia. Una Justicia que estuvo atendida en Estrasburgo por el magistrado López Guerra, que no defendió los intereses de las víctimas del terrorismo y que por eso está siendo ahora cuestionado por el propio Gobierno del PP, pero que, en su día, no pensó en ningún momento en la posibilidad de plantear su recusación. Una Justicia que en Euskadi está representada, entre otras personalidades, por el fiscal Calparsoro, que en una desdichada calificación llegó a decir que Inés del Río es una «exasesina» cuando el único título al que puede aspirar, mientras no se arrepienta de su macabro historial, es el de expresidiaria.
La reclamación de los manifestantes para que del final de la historia de ETA haya unos vencedores y vencidos seguirá marcando la diferencia en el debate político. Los que justifican la trayectoria de la banda siguen interesados en contar que existieron dos bandos luchando en las mismas condiciones. Para justificar ante futuras generaciones la existencia del terrorismo. Pero todos los demás partidos tendrán que ir definiéndose, de una forma tan precisa y con lenguaje tan concreto como si de un referéndum se tratase.
Y los que defiendan la idea de que no tiene que haber vencedores ni vencidos, que se lo digan a las víctimas. Hay quién se ha rasgado las vestiduras al ver que el partido del Gobierno «cedió» a la tentación de manifestarse. Como si hubiera que dejar solas a las víctimas del terrorismo en su batalla por la justicia y contra el olvido. Lo peor que podría ocurrir es que se extendiera entre la clase política la tentación de que el ‘asunto’ de ETA es algo amortizado. Cuestión de tiempo. Cuando en realidad se trata de cerrar las heridas con empatía hacia las víctimas para evitar que quienes se aprovecharon de la existencia de la banda para sus fines no saquen ahora rendimiento de su derrota policial.