JORGE BUSTOS-EL MUNDO

No hace falta ser comunista para reconocer la tristeza de un centro comercial abarrotado. Heredé de mi padre una paralizante aversión a esa siniestra actividad que llaman ir de compras, y cuando la necesidad o la navidad me empujan al interior de una tienda –donde el arte de la emboscada alcanza su máximo refinamiento– no me relajo hasta que piso la calle, a menudo de vacío. Pero los que detestamos los excesos de la sociedad de consumo debemos recordar que solo viviendo en una sociedad de consumo podemos detestar sus excesos. En Caracas nadie escribe sesudos artículos contra la obscena abundancia de los estantes de los comercios. Se escriben aquí, donde el remilgo ideológico nace del empacho físico.

No todo el mundo puede matar la ansiedad leyendo Parerga y Paralipómena de Schopenhauer y deducir con él la inutilidad del deseo humano. Para el resto de la especie se inventó el libre comercio, que como saben Smith y Escohotado encuentra a sus enemigos entre los devotos y a sus apóstoles entre los egoístas. Sí, la libertad también muere cuando al consumista lo esclaviza su pasión, pero la lucha contra el consumismo ha de ser individual. Parece prehistórico invocar virtudes personales a estas alturas de secularización en Occidente –y de compensatoria divinización de las identidades colectivas en pie de guerra cultural, que son nuestras guerras de religión–, pero no se me ocurre otro modo de diferenciar al falso mesías del héroe moral: el segundo predica con el ejemplo, mientras que al primero le delata su voluntad de cambiar exclusivamente a los demás. Todos los revolucionarios violentos pertenecen a este grupo, el de los farsantes, porque no se hacen revoluciones para asumir responsabilidades individuales sino precisamente para escapar de ellas. Para ahogar la insidiosa voz de la conciencia en el tumulto embriagador. Para renunciar a la propiedad privada… del vecino.

Fue el afán de consumo lo que derribó el Muro de Berlín. Fue la propiedad la que liberó a las mujeres de la dependencia de sus maridos. Es la potencia revolucionaria del capitalismo burgués el que «ha realizado maravillas superiores a las pirámides de Egipto y ha rescatado a una parte considerable de la población de la idiotez de la vida rural», por citar no a un odioso globalista de Silicon Valley sino a Marx y Engels en el Manifiesto.

La verdad que escandaliza a las almas bellas de la izquierda burbuja es que el Black Friday supone un alivio impagable para el proletariado. Porque los ricos pueden comprar cualquier día sin mirar el precio. Porque la razón de la superioridad moral del capitalismo sobre el comunismo es que uno puede elegir ser austero en una sociedad capitalista, pero no puede elegir lo que consume en una sociedad comunista.