EL MUNDO-POR RAFA LATORRE 

LOS INTELECTUALES Y ESPAÑA

ANDRÉS TRAPIELLO

Tradujo el ‘Quijote’ al castellano de hoy, para sofoco de puristas. Antes había desafiado el canon político de la literatura española del siglo XX, para convulsión de ortodoxos. A Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, 1953), escritor erudito y libérrimo, no le asustan las empresas difíciles. Ahora, tras cuatro décadas recorriéndolo, ha decidido poner en orden el Rastro madrileño.

Andrés Trapiello tiene un mapa antiguo desplegado en su lugar de trabajo. Está escribiendo sobre Madrid y por la casa se le amontonan libros ajados y legajos, muchos traídos de El Rastro. Su viejo bureau sigue ahí pero ya es un mueble puramente decorativo. Ahora trabaja en una mesa con menos encanto y más funcional.

Trapiello es un hombre cordialísimo y con una conversación exquisita. El saludo se prolonga y amenaza con consumir la tarde sin que comience la entrevista.

Pregunta.– Le he leído que pasear por el Rastro es una cura de humildad.

Respuesta.– El Rastro es un sitio donde las cosas y las personas viven su último segundo antes de desaparecer por completo. Por eso los rastreros son tan respetuosos con lo que venden. Saben que son cosas que hay que respetar y cuidar, porque llegan con una vida y han tenido un final que no merecen.

P.– Lleva 40 años paseándolo, ¿ha cambiado mucho?

R.– Sí, pero no te das cuenta. Como cuando vives con alguien a quien quieres y al cabo de 50 años te preguntan si ha cambiado mucho. Sí, pero no te has dado cuenta, porque en las historias de amor las cosas cambian para los demás pero no para ti. El Rastro ha cambiado, pero por fuera, las relaciones que allí tiene la gente son las mismas que hace 40 años. Se venden otras cosas porque el país es distinto. El país ha cambiado mucho. Hace 40 años lo que se vendía en el Rastro era más cochambroso de lo que se vende hoy. El país era mucho más pobre. Hace no mucho, 50 o 60 años, en el Rastro se vendían alimentos perecederos, fruta, verduras, despojos. Lo que no quería nadie: gallinejas, entresijos, mondongos, tripas… lo que no querían en el barrio de Salamanca, adonde iban los bistecs, los filetes, las magras.

P.– Es, como la de España, una evolución muy positiva.

R.– Sí, hay menos cochambre pero hay el mismo tipo de equivocación. El que vive hoy está llamado a que lo descubran dentro de 50 años. Hoy hay alguien parecido a Chaves Nogales, seguro, pero necesitaremos otros 50 años para descubrirlo. Lo decía Bernardo Soares/Pessoa de sí mismo. Hace unos días encontré, en el Rastro, las memorias de Luis Carlos Álvarez Cándido. Son muy buenas. Se me pasaron cuando se publicaron. ¿Cómo es posible, si procuro ser una persona atenta? Estoy escribiendo un libro sobre Madrid y he tenido que releer prácticamente todos los libros de memorias de Francisco Umbral. Son una catástrofe, y me da pena porque me resultaba simpático. Y las de Haro Tecglen o las de Fernán-Gómez… Eran los famosos. ¿Pero dónde ha quedado hoy Cándido? La suya es una mirada preciosa y me entra congoja de pensar que siempre se nos están yendo cosas.

P.– Haro Tecglen o Umbral son ya más recordados que leídos.

R.– Porque si los lees, quizás no los recordaras. En el caso de Umbral todavía tiene la gracia de la lengua, su casticismo, su canallismo. Haro Tecglen no tiene ni escritura, solo ese rencor y la manipulación del pasado, en concreto de su propio pasado. Había algo de él que enternecía. No había una persona que se equivocara con más seguridad. Sus crónicas internacionales en Triunfo eran increíbles. Se equivocaba siempre a la primera.

P.– Usted militó en el maoísmo, ¿verdad?

R.– Partido Comunista de España Internacional PCE(i). En nuestro Mundo Obrero había una medalla con las efigies de Marx, Engels, Lenin, Stalin y Mao, es decir, lo mejor de cada casa.

P.– ¿La memoria y la propaganda han ennoblecido en exceso la historia de los comunismos españoles, incluida la del PCE?

R.– No en exceso, en mucho exceso. No se sabe muy bien por qué, la izquierda tiene una opinión de sí misma que se corresponde poco con la realidad. Tienen una imagen tan idealizada de sí que les hace insensibles. Están convencidos de que la gran cultura es de izquierdas. Una de las falsedades más grandes que se han dicho es que [en la Guerra Civil] los mejores escritores se pusieron del lado de la República. En Las armas y las letras figura una lista de unos y de otros y aun así, aunque se lo demuestres, siguen pensando que culturalmente la izquierda es muy superior la derecha.

P.– Otras literaturas sí reivindican a sus reaccionarios: Céline, Auden, Pound… ¿En España el arte es una cuestión moral?

R.– Yo he editado a algunos de los reaccionarios españoles. A Sánchez Mazas, a Foxá, a Ruano. He escrito sobre Cunqueiro o Pla. Cabe la posibilidad de que la gente diga: a ti te gusta mucho Sánchez Mazas. Sí, pero no te equivoques, a mí quien me gusta de verdad es Juan Ramón Jiménez. Me gusta muchísimo Agustín de Foxá, pero el que me gusta de verdad es Pío Baroja. Pero tenemos que sumar, no restar. Cierta izquierda se ha pasado los años tratando no solamente de restar sino de eliminar. Como hizo el franquismo durante 40 años, que para él no existía el exilio: Cernuda, Rosa Chacel, María Zambrano, Gaya… Haremos un país mejor cuando completemos nuestra historia literaria poniendo juntos a Sánchez Mazas y a Sánchez Ferlosio, su hijo, a Antonio y a Manuel Machado.

P.– Cuando se publicó Las armas y las letras las críticas que más le dolían era las que le llamaban equidistante.

R.– Es un adjetivo insidioso, naturalmente de la izquierda. La izquierda se encuentra en Las armas y las letras con algo que le duele profundamente. Perdió la guerra pero ganó la propaganda. Convencieron a muchos, y desde el primer momento, de que los grandes intelectuales, escritores y artistas estaban en su bando. Ese libro, sin embargo, desmonta «el gran engaño». No pueden negar que Rafael Alberti llamó a la época de la guerra, donde hubo medio millón de muertos, la belle époque ni defender que Lorca sea superior literariamente a Azorín o Max Aub superior a Cunqueiro. Yo no soy equidistante, pero intelectualmente he procurado ser siempre ecuánime. Léase a Chaves Nogales, maestro de los ecuánimes. Todo el mundo ha visto que Chaves ha sido víctima de los dos bandos. De Franco porque es republicano y del republicanismo comunista porque no es comunista. Y entonces lo hacen desaparecer.

P.– Y luego la gente descubre el prólogo de A sangre y fuego y le parece luminoso.

R.– Es lo que me pasó a mí. Es uno de los momentos más importantes de mi vida intelectual. Yo venía con ese libro, que nadie conocía, en el tren, leo el prólogo y cuando llego a la estación de Córdoba, llamo a quien me lo prestó, mi amigo Abelardo Linares, y le digo: «Me traigo la clave que me faltaba para Las armas y las letras». A mi libro le faltaba sostener la tercera España. Chaves fue la clave del arco.

P.– Muchos años después del maoísmo, tuvo otra experiencia política: la candidatura para el Senado por UPyD.

R.– Fue algo estupendo. Surgió en un almuerzo con mi mujer, Andrés Herzog y Rosa Díez, cuando ya se sabía que UPyD iba a la gran debacle. Fue poco después de las demandas contra las tarjetas black y la banca y los grandes poderes se la juraron y lo borraron del mapa. Coincidió también con la situación personal de Fernando Savater, que acaba de perder a Sara [su mujer]. Pensando cómo podíamos hacer para animar a Fernando, le dije a Rosa que le llamara de mi parte y que le dijera que si él se presentaba al Senado, yo me iba con él encantado, de espolique. Eso sí que fue una cura de humildad tremenda. Sacamos menos votos en Madrid que el partido animalista. A cualquiera que se le diga que Fernando Savater quedó por detrás del partido animalista… Es un baldón para la memoria política de esta ciudad.

P.– A Savater los ortodoxos lo han expulsado de la corrección.

R.– Hace ya tiempo. Y eso le honra, porque quienes te expulsan de los sitios normalmente son los últimos que han llegado. Que te haga una parodia Juan Carlos Monedero, dignifica. A mí me gustaría muchísimo tener el privilegio, para poder contarlo, como Luis Miguel Dominguín después de estar con Ava Gardner. Lo que sabemos de Fernando es que es un hombre íntegro y enteramente libre. ¿Es de izquierdas o de derechas? Es un hombre cabal.

P.– ¿La izquierda ha entrado en una deriva reaccionaria, como dice su amigo Félix Ovejero?

R.– Es evidente. Te diría que los más reaccionarios en este momento son de izquierdas. Justamente porque están convencidos de una labor mesiánica y no reparan en malas artes para conseguir lo que pretenden. Que la izquierda haya recurrido al populismo y se haya aliado con los separatistas para llegar al gobierno es inaudito. Pero da igual, porque cuando sale alguien de izquierdas como Sartorius diciendo que lo más reaccionario es el derecho a decidir, ni oyen ni escuchan. Es muy difícil hacerle pensar diferente a alguien que tiene tan alto concepto de sí mismo. Yo no sé si Sánchez es de izquierdas o de derechas, sólo sé que es un mentiroso. Es un señor que decía unas cosas cuando era solamente Pedro y que ahora, que es el doctor Sánchez, dice otras. No sé si la Junta de Andalucía es de izquierdas o de derechas, sé que está asfixiada en su propia corrupción. Rajoy no sé si es de derechas o de izquierdas, sé que estaba borracho en una taberna la tarde que el parlamento estaba destituyéndolo. Lo normal no es ir preguntando la ideología de la gente, sino ver cómo se comporta. El ejemplo que nos dan los institucionistas, don Francisco Giner, Manuel Bartolomé Cossío, Juan Ramón, Ramón Gaya, hombres decentes, de palabra. Querían mejorar el mundo, persuadiendo con su integridad e inteligencia.

P.– A España le acompaña siempre la letanía del fracaso.

R.– Pero eso sucede en todas partes. Como cuando hablan de los hooligans, anda que no hay en todos sitios. Me hace gracia cuando hablamos en términos generales: para cada ley tenemos una excepción. ¿Nosotros somos tan rencorosos o más envidiosos o más chapuceros o más derrotistas que el resto? Bueno, eso será porque la gente no ha ido a Italia. Que vayan a Inglaterra. O a Francia, a cualquier banlieu de París. Están igual de cabreados y de pesimistas y de frustrados. El ser humano es bastante parecido en cualquier lugar. Siempre se dice que las guerras civiles españolas son crudelísimas. ¿Y las del resto de Europa? ¿España es la única que ha quemado herejes? Vete a Inglaterra. Y por cierto, hay que recordar, pero lo decía Nietzsche: mejoramos cuando olvidamos.

P.– Usted no votó en el referéndum de la Constitución.

R.– Yo no voté en el referéndum de la Constitución, como muchos de los que veníamos de la extrema izquierda totalitaria. Y no voté porque era republicano, y aquello me parecía un apaño transitorio. Al año o a los dos años, comprendí mi error. Me sucedió a mí como a Haro Tecglen, que me equivoqué a la primera. Hoy, como decía el otro día Félix Ovejero, los republicanos vemos que los principios republicanos de la Ilustración están más y mejor defendidos por Felipe VI que por Quim Torra, Arnaldo Otegi o Pablo Iglesias.

P.– Ahora, visto en perspectiva, la Constitución no ha estado tan mal.

R.– ¿Cómo que no ha estado tan mal? Yo firmaba otros 40 años así, incluso sin reforma de la Constitución. A ciegas. Y aprovecho para recordar que UPyD fue quien primero defendió reformar la Constitución. Pero fíjate cómo ahora nadie quiere decir qué es lo que hay que reformar. ¿Qué reformamos? ¿Suprimimos los privilegios forales? ¿Nos comprometemos a que la educación sea en castellano al menos al 50% en todo el Estado? Libres e iguales, no hay otra.

Además de escritor es editor y tipógrafo Hasta la fecha ha publicado 21 volúmenes de sus diarios Se acaba de publicar una edición revisada y ampliada de su monumental ‘Las armas y las letras ’ Fue uno de los vocales del Comisionado de la Memoria Histórica