Fernando Savater-El País

Las cosas son como son, pero deben ser como queremos que sean

Ya sabrán lo de ese holandés de 69 años que ha acudido a los tribunales pidiendo que le quiten veinte, porque tiene la forma física médicamente acreditada y los apetitos voraces que corresponden a los 45. ¿Por qué resignarse a una edad que no siente como suya y que enunciada tal como suena dificulta sus posibilidades en las redes de ligues? ¿Por qué el calendario tiene derecho a imponerle una tiranía letal sin escuchar su voz de protesta? Después de todo, se trata de una convención como cualquier otra, decretada por el Poder de manera indiscriminada, sin respeto a la voluntad de sus víctimas. Lo mismo, digo yo, que el caso opuesto: no faltará quien a los 30 años se sienta octogenario y exija disfrutar de los beneficios de la edad provecta, como son el merecido descanso, una buena pensión y descuentos en los viajes o espectáculos. No lo tomemos a broma: si a pesar de la atrabiliaria dictadura del dimorfismo sexual hoy sabemos que cada cual tiene el género que le dicta su íntimo sentir y no la falaz apariencia de sus genitales, de igual modo podemos tener la edad que prefiramos en vez de la que nos impone nuestra fe de bautismo. Además, ya no hay fe de bautismo —según creo—, así que más a mi favor…

Las cosas son como son, pero deben ser como queremos que sean. La auténtica rebelión es contra la necesidad y a favor de lo imposible: contra el cuerpo, contra la muerte, contra la pérdida de lo más querido. Lo demás es pedir que nos suban el sueldo. El holandés errado pretexta motivos triviales, pero Lev Shestov en su admirable Atenas y Jerusalén (editorial Hermida) alzó la demanda contra lo verosímil a vertiginosa metafísica…