Tras lustros de terrorismo, ¿nadie había escrito la historia de sus víctimas? ‘Vidas Rotas’ tiene vocación de eternidad, no perderá actualidad cuando ETA haya desparecido. Porque, lo abras por donde lo abras, te sitúa delante de actos cotidianos que podríamos haber protagonizado. Lo extraordinario es la forma en que nos interroga: Y tú, ¿dónde estabas cuando ETA asesinó a…?
«El verdadero dolor es el que se sufre sin testigos».
Marco Valerio Marcial
LA casualidad, menos inocente de lo que pensamos, hace que al cumplirse 65 años de la liberación de Auschwitz llegue a mí Vidas Rotas, un libro de Rogelio Alonso, Florencio Domínguez y Marcos García Rey, en el que se detalla la historia de los 857 seres humanos asesinados por ETA. Su lectura te conduce a lo más primario del ser humano, ese estado en el que la violencia es ciega y se alimenta de destrucción y odio. ¿Ven cómo la casualidad no es inocente?
Hay libros necesarios y urgentes; útiles y alentadores. Este, que se presenta esta semana, lo es. Sorprende la facilidad con que nos sorprendemos: Tras lustros de terrorismo ¿nadie había escrito la historia de sus víctimas? Vidas Rotas tiene vocación de eternidad, no perderá actualidad el día en que ETA haya desparecido. Es eterno porque lo abras por donde lo abras te sitúa delante de actos cotidianos que con facilidad podríamos haber protagonizado. Lo extraordinario del libro es la forma en que nos interroga: Y tú, ¿dónde estabas cuando ETA asesinó a Cándido, panadero; dónde cuando a Milagros, dependienta; dónde estabas, qué pensabas y qué hacías el día en que la radio contaba que mataban a un herborista, a un médico, a un chófer, a un comerciante? Decíamos: pero esta gente, ¿qué ha hecho? Y así caíamos en la trampa. Cuando las víctimas eran un policía, un guardia civil, un militar había dolor, pero no pregunta. ¡Dios, la pregunta!
Como todos los grandes libros, tendrá consideraciones distintas. No ofendo la memoria de las víctimas si escribo que hay biografías en las que se puede encontrar el germen de una novela. La de quien pide un café y cuando se va a sentar ya está muerto. ¿Podría ser yo? Podría. Quien va a por los periódicos y cuando busca en el bolsillo unas monedas nota en su nuca el frío líquido del cañón, y ya está muerto. ¿Podría ser yo? Podría. El tiempo en que algunos decían algo habrá hecho pasó. A ese estado de podredumbre espiritual no volveremos. El riesgo es otro: el del olvido. Las víctimas, las que quedan entre nosotros, no viven en paz porque el dolor es intenso y no pasa. En esto, y vuelvo a Auschwitz, recuerdan las vidas de Primo Levi o Stefan Zweig, incapaces de digerir el dolor que provoca recordar el dolor. Vivirán con la memoria rota, pero menos si sobre ellos no cae la peor condena: el olvido. Rogelio, Florencio y Marcos han escrito sus vidas, nosotros tenemos la obligación de hacerlas nuestras. Lo son en la medida en que sus muertes nos siguen interrogando: Y tú, ¿qué hiciste el día que a mi me asesinaron?
Félix Madero, ABC, 1/2/2010