Monumento escrito a las víctimas

«Se tiene que saber quiénes son las víctimas, sus nombres y apellidos. Y quiénes son sus victimarios. Hay que saber quién murió y quién mató». Estas palabras de José María Múgica cuando se cumplieron trece años del asesinato de su padre, Fernando Múgica Herzog, son el frontispicio e hilo argumental de «Vidas rotas», el libro necesario (y hasta ahora pendiente) de la democracia española.

El reto era reflejar cómo una cifra, la de las 857 personas asesinadas por ETA, encierra una inasumible sima de sufrimiento, y desgranar esa realidad con la narración pormenorizada y contextualizada de cada atentado, de cada testimonio de los familiares, de cada condena judicial a los terroristas. Sus autores, Rogelio Alonso, Florencio Domínguez y Marcos García Rey han vertido seis años de trabajo y de fibra ética en mil trescientas páginas, una labor de peso plasmada en el volumen editado por Espasa, que presentará el próximo miércoles en Madrid la presidenta de la Fundación Víctimas del Terrorismo, Maite Pagazaurtundúa.

Si el eje fundamental de Yad Vashem, el museo del Holocausto en Israel, es la perpetuación de los nombres de todas y cada una de las víctimas de los campos de exterminio nazis (su dignificación sin fecha de caducidad, en suma), en España faltaba ese vademécum de la memoria tras cinco décadas de terror asesino. Al fin ha llegado.

Rogelio Alonso, profesor de Ciencia Política de la Universidad Rey Juan Carlos, analista del terrorismo y coautor de esta obra, asume (tal y como se refleja en la introducción del libro) que el empeño ha tenido sus limitaciones, por el desigual volumen de información referida a un número tan elevado de atentados a lo largo de tantos años.

Pero, pese a las dificultades, lo considera útil para dejar patente «un impacto humano y político brutal. El libro es para leerlo entero, en su letanía de muertes». Recoge datos de todas ellas, desde la de la pequeña Begoña Urroz, una niña de veintidós meses víctima de una bomba incendiaria colocada por la primera ETA en 1960, hasta las de Carlos Sáenz de Tejada y Diego Salvá, los jóvenes guardias civiles asesinados en Mallorca el verano pasado.

Según explica Alonso, ha inspirado esta iniciativa una obra de la misma naturaleza sobre las víctimas del terrorismo irlandés, «pero en ella no se mencionaba a los asesinos, se evitó porque allí la violencia procedía de diferentes actores. Sin embargo, en este caso los tres autores hemos considerado que sí tenían que figurar. Sus nombres, lo que hicieron y sus condenas». ¿Por qué? «Porque en conversaciones con víctimas irlandesas, varias de ellas me han comentado que lamentan que no se mencione en ese libro a quienes les infligieron el daño».

Sobre estos sólidos cimientos, «Vidas rotas» recorre los 857 itinerarios de dolor sin recrearse en él, pero encarándolo. Y tratando de superar las lagunas y «agujeros negros» informativos sobre «aquellos casos sobre los que se pasó de puntillas, porque los terroristas infamaban a su víctima acusándola de traficar con drogas o porque se trataba de miembros de los cuerpos de seguridad y caló lo de que el riesgo les iba en el sueldo».

Sin anestesias

Al recabar tal volumen de información, los autores, lejos de quedar «anestesiados», se han sobrecogido más que nunca: «Ves el peso de todo ese horror. Por ejemplo, es impresionante la cantidad de huérfanos de asesinados por ETA. Ése es un capital humano que ahora está ahí. O te das cuenta de cuántos atentados de ETA se han cometido en bares o cafeterías. O sea, en la plaza pública. La estrategia más efectiva y perversa para amedrentar a una sociedad».

Alonso destaca además que, entre los principales objetivos del libro, está el de que «se convierta en un material didáctico». Como necesario recordatorio en los estantes de las bibliotecas de colegios, institutos y universidades. Porque, resume el profesor, poner nombre y apellidos a víctimas y victimarios, «no es lo único frente al terror. Pero es muy importante».

ABC, 1/2/2010