Contra el superdomingo electoral

 

Ignacio Varela- El Confidencial

No he visto un argumento a favor del superdomingo que se refiera al interés del país

Es domingo, 26 de mayo de 2019: toca ir a votar. Al llegar a su colegio electoral, se encuentra ante cinco urnas y decenas de montañas de papeletas. Cada urna le formula una pregunta diferente: en la primera debe elegir a su gobierno municipal. En la segunda, al de su comunidad autónoma. La tercera le pide que elija a quienes nos representarán en el Parlamento Europeo. En la cuarta se decide nada menos que la composición del Congreso de los Diputados –y, por tanto, quién gobernará España-. Y en la quinta tiene que marcar tres nombres para representar a su provincia en el Senado. Si vive usted en Baleares o en Canarias, aún tendrá que pasar por una sexta urna para elegir al consejo insular o al cabildo.

Semejante trance le sucede tras dos meses de campaña enloquecida y enloquecedora, en los que ha sido víctima de una cacofonía infernal de mensajes en revoltijo, pidiéndole que fije su atención a la vez en los proyectos urbanísticos para su ciudad, en la gestión de la sanidad y la educación en su comunidad autónoma, en todos los problemas de España (empezando por el de dar al país un gobierno que merezca tal nombre tras cuatro años tirados a la basura) y en el dilema de salvar a la Unión Europea o enviarla al desván de la historia.

Todos los candidatos le gritarán que su decisión es trascendental; y tendrán razón, porque en todas esas urnas se juega algo importante para usted y para la sociedad. Tanto, que le gustaría poder tomar decisiones responsables, conociendo las razones y las implicaciones de su voto en cada caso. Pero alguien en algún despacho ha decidido que no sea así; y encima, pretende que se lo agradezcamos con el cuento chino de que nos ahorran tiempo y dinero. No, lo que hacen es manipularnos miserablemente, especular con la confusión y faltar al respeto a los ciudadanos y a todas las instituciones implicadas en el barullo electoral.

Si usted ha querido ser un votante informado, su esfuerzo será baldío. Le será imposible atender a la vez a cien debates entrecruzados sobre la transformación de la ciudad o la movilidad urbana, las listas de espera hospitalarias o los contenidos de la educación de sus hijos, las infraestructuras, la unidad de España, la política económica, la corrupción, el cambio climático, la inmigración o el combate europeo entre la democracia representativa y el nacionalpopulismo. Al mezclarse todo, no habrá forma de discriminar propuestas, jerarquizar problemas o deslindar competencias y responsabilidades. Creo que eso es precisamente lo que buscan quienes propugnan el dislate.

Si usted ha querido ser un votante informado, su esfuerzo será baldío. Le será imposible atender a la vez a cien debates entrecruzados

Si ese día tiene la desgracia de votar, por ejemplo, en la ciudad de Madrid, le presentarán una colección de papeletas con 57 nombres para el ayuntamiento, 129 para la Asamblea autonómica, 35 para el Congreso, tres por cada partido para el Senado y 59 para el Parlamento Europeo. Para que luego digan que la gente debe conocer a quién vota.

Se trata de activar en el electorado un “efecto rebaño”: levantar la bandera de una sigla y de un caudillo nacional, cubrir con ella todas las votaciones simultáneas y provocar un voto de arrastre, consistente en que la urna dominante condiciona a todas las demás y tira de ellas. Ante la imposibilidad de perfilar decisiones específicas de voto en planos tan dispares –deliberadamente mezclados entre sí-, se fuerza al votante a optar por una marca y reproducir mecánicamente su voto en todas las urnas. Se alcanza la más burda simplificación del voto por la vía de crearle al votante una situación de complejidad inmanejable.

Se trata de activar en el electorado un “efecto rebaño”: provocar un voto de arrastre, consistente en que la urna dominante condiciona a las demás

No es sensato que nos obliguen a elegir el mismo día al alcalde, al presidente de la comunidad autónoma, al presidente del Gobierno y al de la Comisión Europea. Al revés, es democráticamente saludable respetar los ámbitos y los tiempos de cada votación. Los ciudadanos tenemos derecho a elegir a nuestros gobernantes de forma autónoma y reflexiva, dando a cada institución la importancia singular que tiene. Convertir una jornada electoral en una churrera de votos es no tomarse en serio a quienes votan ni a lo que se vota.

Los ciudadanos tenemos derecho a elegir a nuestros gobernantes de forma reflexiva, dando a cada institución la importancia singular que tiene

En cinco comunidades, las elecciones autonómicas y las municipales van por separado. Con el tiempo serán más, porque la mayoría de los estatutos ya otorgan a los presidentes autonómicos la potestad de disolver sus parlamentos y convocar elecciones. La coincidencia con las europeas es un accidente indeseable, pero poco frecuente: por el automatismo de las legislaturas, es algo que ocurre cada 20 años (la última vez fue en 1999). Que se junten la tres ya provoca una confusión notable. Pero añadir a ese cóctel el obús de unas elecciones generales supone pervertir por completo el espíritu y la naturaleza de un proceso electoral razonablemente ordenado.

En el debate sobre el llamado superdomingo de mayo, parece que solo importan las ventajas propias o desventajas ajenas que Sánchez obtendría de amontonar todas las elecciones. Los emisarios de la brigada de intoxicación monclovita exhiben sin pudor ante los periodistas la presunta sofisticación táctica del artefacto: que si así obligamos a todos los candidatos territoriales del PSOE a vincular su suerte a la del líder y movilizarse a tope para acarrearle votos, que si dejamos cojos a los partidos con menor implantación territorial que no pueden presentar candidaturas en los municipios pequeños, que anticiparse a la sentencia del ‘procés’ preserva mejor el voto de los independentistas en la investidura… Todos los argumentos tienen réplica y las maniobras una posible vuelta que podría producir el efecto inverso al pretendido, pero no es ese el tema de este artículo.

Lo irritante es que nadie parece interesado en ver el problema desde el punto de vista de los ciudadanos y de la salud del sistema. ¿Qué ganan los votantes cuando se les obliga a tomar en el mismo momento cinco decisiones que no tienen nada que ver entre sí? ¿En qué se perfecciona la democracia, se mejora la calidad del debate público o se robustece a las instituciones con semejante ensalada de votaciones amontonadas, en confusa mezcolanza inspirada únicamente por ventajismo de tahúr?

Susana Díaz acaba de experimentar lo que puede sucederte si te pasas de astuta al convocar unas elecciones. La actual dirigencia política española padece sobredosis de astucia y déficit de responsabilidad, y lo peor es que no se molesta en disimularlo. No he visto un argumento a favor del superdomingo que se refiera al interés del país. Si llegara a producirse, el 26 de mayo de las cinco o seis urnas sería más bien una tomadura de pelo, un infradomingo en términos de seriedad democrática y de respeto por los votantes.