Rubalcaba llegó a despreciar el papel de Currin como «mediador» porque su cometido, según reconoció en conversaciones privadas, es más bien «de parte» (sic). Parece, pues, de lógica deductiva que si el abogado en cuestión tiene que mediar sería entre Batasuna y ETA, que son los dos mundos que deberían entrar en conflicto.
Entre contenedores quemados por quienes quieren resucitar el terrorismo callejero y la manifestación realizada en San Sebastián para mantener la llama identitaria, los focos de lucidez democrática se van distinguiendo con progresiva claridad. Ni la fiesta de los toros podrá recibir las banderillas negras de la prohibición en Euskadi con la ligereza y facilidad de Cataluña, por mucho que se empeñe a última hora del curso los grupos minoritarios en el Parlamento vasco, ni las comparsas de Bilbao son ya las que eran cuando hacían de su actitud victimista una manera de torpedear el ánimo de la fiesta. «Gozar, disfrutar y dar rienda suelta a los sentimientos», una necesidad normal de expresión en cualquier sociedad sana ha tenido que formularse, en Bilbao, por los críticos de la comparsa Txomin Barullo, como una consigna propia de quienes se han cansado de hacer de la fiesta una barricada de protesta y enfrentamiento con las autoridades competentes.
Treinta y dos años después de las primeras fiestas de la democracia ha habido muchos cambios a pesar de la resistencia que han intentado mantener los más inmovilistas de nuestra sociedad. Muchas transformaciones aunque los manifestantes de San Sebastián se empeñaran, el pasado sábado, en sostener que la vida sigue igual. Tan igual que corearon gritos en defensa de la ikurriña (¿quién la ataca?). Los comparseros críticos de Bilbao dieron , sin embargo, con la clave en su reflexión pública al decir que «lo que ayer se veía como natural, hoy puede estar injustificado, ser inoportuno, dañino o rechazable y en un espacio público compartido nadie tiene el derecho a imponerlo». O cuando advertían que los límites los ponen las leyes y las propias normas de convivencia dentro de la fiesta.
Unas declaraciones que, de momento, han levantado ampollas en el mundo de las comparsas por haber roto con la inercia de la bronca en la que se habían asentado quienes querían seguir dando publicidad a ETA. La voz crítica de estos comparseros es un paso adelante. Como el que ha dado un ex escolta de Maite Pagazaurtundua que necesitó salir al escaparate para manifestar, a través de una carta pública, su cariño y admiración por la familia que perdió a Joseba, asesinado por ETA. Una misiva que nadie se habría atrevido a escribir hace tan sólo unos años, llena de coraje y sentido común, que pasó desapercibida en medio de la tormenta originada por las maniobras de Brian Currin, de profesión mediador de conflictos.
Ha bastado una declaración del abogado sudafricano sobre la necesidad de que los terroristas aceleren la comunicación sobre su alto el fuego permanente para que hayan vuelto a saltar las alarmas sobre una posible negociación encubierta entre el Gobierno y los interlocutores de ETA.
A favor. En contra. Sospechas larvadas sobre el silencio de Eguiguren. O sobre sus palabras, cuando las pronuncia. Opiniones divididas entre quienes creen al ministro Rubalcaba cuando dice que no piensa volver a incurrir en los errores de la pasada tregua y los que no se creen a los socialistas por definición, a pesar de su corrección en política antiterrorista.
Tenemos tal capacidad en este país para organizar referendums virtuales que el delegado del Gobierno, Mikel Cabieces, tuvo que salir a los medios para aclarar que no hay negociación entre ETA y el Ejecutivo. Sus palabras venían a reforzar la actitud del ministro del Interior. El propio Rubalcaba llegó a despreciar el papel de Currin como «mediador» porque su cometido, según reconoció en conversaciones privadas, es más bien «de parte» (sic). Parece, pues, de lógica deductiva que si el abogado en cuestión tiene que mediar sería entre Batasuna y ETA, que son los dos mundos que deberían entrar en conflicto.
Mientras los culebrones de verano se entretienen para dar espacio a los políticos que se han quedado de guardia agosteña, las fiestas siguen su curso. Pasacalles, conciertos, teatro y, por supuesto, toros. Las colas en Bilbao para adquirir los abonos de feria el primer día que se pusieron a la venta en taquilla indicaron que la afición taurina en el coso de Vista Alegre no parece que haya entrado en crisis a pesar de la moda prohibicionista. En Pamplona y Vitoria el rechazo a la lidia ha quedado reducido a una anécdota. En Estella, el nacimiento de la ‘Peña del Niño del Kirol’ para apoyar a un torero novel, integrada por 150 seguidores jóvenes, apunta a que en este rincón del mapa la fiesta del toro sigue gozando de buena salud.
Dado que el planteamiento «animalista» ha conducido a debates con matices tan puntillosos, hemos llegado a enterarnos de que las gallinas son los animales más torturados del planeta y de que los catalanes que se escandalizan con las corridas de toros no tienen ningún empacho en comerse los caracoles asados vivos en la plancha. Del planteamiento político orientado hacia la fiesta nacional o la tradición rancia tampoco se puede hacer una causa mayoritaria en el País Vasco. O en Navarra.
Si los socialistas no quieren hacer el ridículo como Montilla, se cuidarán de cometer errores porque a la mayoría de ellos les gusta la lidia. Los populares no tienen fisuras en este negociado. Y los nacionalistas han vivido divididos entre sus reparos a una fiesta que ellos han considerado más alineada con el folclore español, y su afición. Que la han tenido hasta ahora. No hay más que revisar los archivos. Las fotos no engañan.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 16/8/2010