EL MUNDO – 09/09/15 – ARCADI ESPADA
· Una de las grandes especialidades catalanas es el acto público de contrición. Se produce cuando una personalidad cualquiera, preferentemente no autóctona, emite opiniones, juicios, que no gustan al ambiente dominante y que incluso le ofenden. Se la llama a capítulo y se le expone la necesidad de rectificar lo que fue fruto, sin duda, de la irreflexión o del malentendido. El argumento central de esa necesidad es evitar que la situación se complique. Nadie diría, en este punto del diálogo, que se trata de un chantaje. Y amablemente se pone a su disposición un medio de comunicación principal, su prime time o su primera página.
Entre las ceremonias más espectaculares de esa naturaleza contrita está, que recuerde, la que protagonizó el diseñador Javier Mariscal en la televisión pública catalana. Días antes de su arrepentimiento había hecho unas declaraciones en las que venía a decir que los catalanes eran un coñazo, es decir, lo que ha podido oírse en cualquier barra de bar española y europea durante los útimos 300 años. Y dijo también que Pujol era bajito. Lo llamaron, lo pusieron frente al pop Ángel Casas, este hizo su teatro soviético, y Cobi pudo seguir siendo mascota olímpica.
El último participante, por el momento, en estas ceremonias ha sido el ex presidente Felipe González. Escribió una carta donde criticaba el secesionismo y el asalto a la ley del presidente Mas. La carta incluía una referencia analógica al ambiente alemán en los años 30. Le llamaron de La Vanguardia y le dijeron que le enviaban al esforzado tercerista. González se comportó bien. Y en algún momento más que bien. Como cuando dijo, por ejemplo, que estaba a favor de que una reforma de la Constitución recogiera la identidad nacional de Cataluña: «Absolutamente, absolutamente».
Si hubiera sido una entrevista la cosa habría quedado ahí. Pero era un acto de contrición. Y eso es asunto de dos. El esforzado tercerista limpió, fijó y dio esplendor. Y puso «nación» donde debió poner «identidad nacional». Es extraño que no se dijera como cada día al levantarse desde hace 58 años: «Manca finezza». Pero la contrición no está por hostias.
La entrevista se publicó y nuestro contrito tragó durante dos días. Bien es verdad que el texto infame de Mas que apareció el mismo domingo le pondría de los nervios. ¡Contrito y apaleado! Así, en cuanto le pusieron un micrófono delante, dijo que él no había dicho. ¿Decir? Hombre, hombre. Qué importará lo que dijese. Es extraño en un político tan hecho y armado. Que no comprendiera que sólo había ido allí a arrepentirse y posar, absolutamente, absolutamente.
EL MUNDO – 09/09/15 – ARCADI ESPADA