Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 25/5/12
Que el fútbol profesional, desde el de modestos al de primera división, tiene que ver con la identidad es evidente. De hecho, ha sido esa identidad de las aficiones futbolísticas -local, provincial, regional o nacional- la que, en no pequeña medida, ha convertido al fútbol en un gran espectáculo de masas.
Nadie podría, en consecuencia, sorprenderse de que una final Athletic-Barça fuera más allá de lo estrictamente deportivo. Por eso lo esperpéntico del partido que juegan hoy ambos conjuntos es que el cirio de pitos que se espera no va a ir dirigido contra el equipo y la afición de los contrarios -como, con más o menos educación y deportividad, sucede siempre- sino contra quien acoge a los competidores y les ofrece la copa que está en liza.
En el País Vasco y en Cataluña existen, es sabido, sectores de la sociedad que odian a España: a su capital, su bandera y su jefe del Estado. Como lo es que existe gente con esa ideología entre las aficiones del Barça y el Athletic. Las dos cosas son legítimas en una sociedad pluralista, por más que haya que reconocer que tales sentimientos constituyen una peculiaridad española, desconocida, por fortuna para ellos, en la mayor parte de los países democráticos. Lo que ya resulta más difícil de entender es que quienes comparten esa inquina a lo español acudan -sin que nadie los obligue, por supuesto- a un partido en Madrid a ver como se disputa la Copa del Rey de España que, en el colmo de lo grotesco, ¡todos los que pitan a ese rey y a ese país desean llevarse para casa!
Esperanza Aguirre señaló tal contradicción hace unos días, pero tuvo la falta de buen juicio de no quedarse ahí y proponer, para evitar el espectáculo de afirmación secesionista que se espera en el Vicente Calderón, que el partido se jugase ¡a puerta cerrada! Es una idea disparatada, que tendrá como efecto previsible animar a pitar más alto contra todo lo español que se ponga por delante.
Han sido muchos, sin embargo, los que, contradiciendo a quienes señalamos la bufonada que supone poner a parir a los que ofrecen una copa que deseas conseguir, han afirmado en estos días que pitar al rey, al himno y a la bandera constitucional carece de importancia y que dársela es un mero ejercicio de españolismo trasnochado. Pudiera ser, aunque parece extraño que la mayor parte de quienes sostienen esa tesis son nacionalistas que se pondrían como fieras si en un hipotético partido entre el Barça y el Madrid o el Athletic y el Madrid, una minoría de extrema derecha acudiera al campo a pitar a la ikurriña o a la señera, al himno vasco o catalán o al presidente de la Generalitat o al lendakari. Sin embargo, no es fácil ver la razón por la que silbar a la bandera española pueda ser señal de modernidad y hacerlo a las de Cataluña y el País Vasco, una ofensa a esos territorios.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 25/5/12