Correr el riesgo

Tonia Etxarri, EL CORREO 12/11/12

La duda está en saber a quién favorece la polarización de la campaña en Cataluña.

El presidente Rajoy ha decidido correr el riesgo de la polarización en la campaña electoral catalana. Artur Mas está intentando enmarcar esta cita con las urnas en clave de plebiscito (el pueblo catalán frente a Madrid) para aglutinar en torno a su opción a todos los «indignados» de la crisis. Mas necesita a Rajoy para agitar su bandera independentista, señalar un culpable y olvidar sus responsabilidades de gestión. En el primer tiempo de esta campaña se está librando un pulso tan polarizado entre el presidente de la Generalitat y el del Gobierno español, que el resto de los partidos han tenido que dar una vuelta de tuerca a sus mensajes para compartir escenario.

Mas, que se vio incapaz de seguir adelante con la legislatura de la crisis y que ha demostrado tener muy poca habilidad política, se ha visto preso de la campaña para dos porque necesita reafirmarse frente al Ejecutivo español. No busca medirse con Alicia Sánchez Camacho, Pere Navarro o Albert Rivera. Quiere presentarse como la «víctima de España» para justificar que la aventura independentista en la que quiere embarcar a todos los ciudadanos catalanes, nace de la frustración que le provocó la negativa del presidente Rajoy a concederle el pacto fiscal.

El líder de CiU necesita tomar como referencia al presidente del Gobierno para extrapolar sus posiciones, al presidente y a un partido que, a medida que avanza la campaña, se va situando en Cataluña en un destacado segundo puesto en los sondeos de intención de voto. Artur Mas persigue un plan similar al de Urkullu para Euskadi. Los dos sueñan con un Estado propio desenganchado de España porque, para los dos, la marca España «es un lastre» (para Mas, un «tapón»).

Pero a los dos les separa la puesta en escena. Urkullu ya ha ganado las elecciones y, seguramente será el próximo lehendakari de un gobierno minoritario en un Parlamento mayoritariamente nacionalista. El tablero complicado en el que debe moverse le hace ser prudente. Y disimular su impaciencia. Al revés que el líder catalán que va quedando en evidencia con su delirio incontenido chocando con la legalidad a la que comenzó desafiando con su incumplimiento. Artur Mas sigue buscando el «cuerpo a cuerpo» con España. Y lo ha encontrado.

El presidente Rajoy ya ha participado en dos mítines, en la incipiente carrera electoral, en los que se ha despojado de la imagen de la improvisación sobre la política catalana que algunos de los suyos le reprocharon a comienzos del curso político. Nada que ver. Desde que participó, junto a compañeros de su partido, en ese vídeo tan ‘naif ’ en el que decía que le gustan los catalanes porque «hacen cosas», ha ido tejiendo un plan didáctico sobre las desventajas que, para los propios catalanes, tendría el desenganche de Cataluña, en el que está jugando un papel determinante el ministro García Margallo. El titular de Exteriores, que ya participó en la campaña vasca porque se lo pidió Antonio Basagoiti, vuelve ahora a insistir en la idea de que «ni un solo país de la Unión Europea aceptaría la independencia de Cataluña». Lo explica por tierra, mar y aire y a través de una nota oficial del Ministerio en la que se aclara que Cataluña sería menos rica si fuera independiente.

Pero como Artur Mas no quiere correr el riesgo de reconocer que muchos empresarios catalanes se verían abocados a trasladar sus negocios a otros lugares, tal como admitió la candidata de EH Bildu en la campaña vasca con toda naturalidad, ha seguido desviando la atención hacia su pulso con Mariano Rajoy acusándole de querer dividir a los catalanes sin recordar que fue su correligionario Durán Lleida quien dijo hace tres meses que él no planteaba la independencia porque esa propuesta era la que provocaba división.

Faltan todavía muchos mordiscos electorales. Y el resto de los partidos tienen que encontrar el ardid para ganarse el protagonismo mediático. Con la excepción de Ciutadans que está experimentando un incremento notable de adhesiones (nunca Albert Rivera se sintió tan acompañado), el resto busca su hueco. Los tres partidos que, curiosamente, suscribieron el Pacto del Tinell en el año 2003 y que gobernaron en la Generalitat, dejando una herencia penosa a sus sucesores de CiU, no acaban de encontrarse.

Sobre todo, los socialistas, que siguen desnortados porque sus dos almas, la del PSC y la del PSOE, no terminan de encajar. De momento, no han paseado a su secretario general Alfredo Pérez Rubalcaba. Pero un exaltado Marcelino Iglesias hablando de «más de cien millones de muertos por los nacionalismos» tampoco les representa. Entrar en el juego de la polarización puede ser arriesgado. En situaciones en las que el nacionalismo se presenta como una víctima, capitaliza todos los votos, incluso los que no se mueven. Ocurrió en Euskadi en el año 2001, en las elecciones más polarizadas de toda su historia, en las que la participación batió el récord del 80%, dando una victoria aplastante al PNVEA y quitando la razón a quienes pensaron que la movilización del voto iba a favorecer a las opciones constitucionalistas. Ahora en Cataluña, Rajoy acaba de entrar en el cuerpo a cuerpo con el líder de CiU. La duda es si dar tinte de normalidad a esta cita electoral o poner toda la carne «española» en el asador aceptando, tal como quiere Artur Más, que estas elecciones tengan carácter «excepcional». De momento, parece que el PP quiere correr el riesgo.

Tonia Etxarri, EL CORREO 12/11/12