Vicente Vallés-El Confidencial
- En mayo de 2018, Rajoy subió a la tribuna para despedirse de su cargo y preguntó a los socialistas: «Cuando llegue la sentencia de los ERE, ¿se van a poner una moción de censura?»
Dentro de lo malo, Pedro Sánchez ha tenido suerte, porque el Tribunal Supremo ha emitido su sentencia sobre el caso de los ERE cuando media España está en la playa y la otra media ocupa su tiempo en preparar la maleta para irse, igualmente, a la playa. En alguna medida, la generosidad del Supremo en el manejo del calendario aliviará el duro revés que supone la sentencia para el presidente y para su partido. Pero la realidad se impone: a partir de ahora va a ser más difícil que la corrupción sea un arma electoral, porque ya es un recurso de ida y vuelta. Sí quedará latente el runrún del indulto para José Antonio Griñán, con su pena de seis años de prisión.
En sus tiempos en la oposición, aquel Sánchez de primera hora defendía que «no tiene sentido que un político indulte a otro». Luego, el Sánchez presidente indultó a los políticos que organizaron el proceso independentista. Y, siguiendo esa nueva corriente de pensamiento contraria a la inicial, ¿por qué Griñán, condenado a seis años, no tendría el mismo derecho al indulto que los líderes soberanistas catalanes, condenados a más de nueve años? Aunque quizá no sean necesarias tantas cábalas, si el Tribunal Constitucional, con la mayoría progresista que tendrá cuando se renueve en septiembre, deja en papel mojado la sentencia del Supremo. Y, de no ser así, quién sabe si la decisión final le correspondería adoptarla a un eventual presidente del Gobierno, Alberto Núñez Feijóo, igual que Aznar indultó en 1998 a los altos cargos socialistas condenados por el caso GAL.
En mayo de 2018, cuando los minutos de Rajoy en Moncloa estaban contados, el entonces presidente subió a la tribuna casi para despedirse de su cargo y preguntó a los socialistas: «Cuando llegue la sentencia de los ERE, ¿se van a poner una moción de censura a sí mismos?». Un día después, Sánchez era presidente y Rajoy pedía su reingreso en el registro de la propiedad. Y no: los socialistas no se han puesto una moción de censura a sí mismos, al contrario de lo que hicieron con Rajoy por el caso Gürtel. Lejos de eso, Moncloa redobla sus esfuerzos para mantener el motor de la legislatura en marcha, haciendo acopio de populismo ‘low cost’ contra los villanos responsables de empresas y bancos que osan cuestionar las decisiones del presidente.
Desde el bando contrario, Feijóo se lanza a su nueva tarea con aparente calma, porque las prisas son malas consejeras, así en la vida como en la política. Pregunten a Pablo Casado. El líder del PP conoce los plazos. También es consciente de sus debilidades. El partido se ha puesto en sus manos como un ejército devoto, después de una sucesión de experiencias traumáticas, como fueron la abrupta pérdida del gobierno y el doloroso proceso para provocar la caída de Casado. Las dificultades del Gobierno alimentan las opciones del PP, y los sondeos son generosos con los populares. Pero, de momento, sus expectativas realistas pasan por ser el más votado en las elecciones, no por conseguir la mayoría absoluta a la que Feijóo se acostumbró en Galicia.
Ahora buscará que se forme una tormenta perfecta encima de Pedro Sánchez, de manera que el PP se sitúe ante la posibilidad de robar votos, al mismo tiempo, al PSOE y a Vox. Parecería un juego de birlibirloque, pero es la única opción que tiene Feijóo para acercarse a Moncloa. El sortilegio consistiría en recuperar, en alguna medida, aquella España previa al caótico multipartidismo que ha convertido los gobiernos en un collage de imposible gestión. Es decir: que vuelvan al PP aquellos votantes que huyeron hacia Vox, una vez que ya están donde solían aquellos que se fugaron a Ciudadanos; y, al tiempo, que resurja la antigua tendencia natural de un sector moderado del electorado español, que provocaba cambios en el poder votando unas veces al PSOE y otras al PP. Ese ciudadano pendular ya ha dado señales de vida en las elecciones madrileñas y en las andaluzas. El PP no habría ganado con tanta claridad sin un trasvase parcial de votos desde el PSOE.
Feijóo tratará de arrebatar a Sánchez alguna de las banderas de la socialdemocracia, igual que arrebató a los nacionalistas la defensa de la lengua gallega. Es lo que se conoce como triangulación: si usurpas a la oposición sus temas favoritos, no tiene con qué oponerse. Y, frente a Vox, de aquí a las elecciones escucharemos a menudo el llamamiento de Feijóo al voto útil. Tratará de convencer al votante de Abascal de que si su prioridad es sacar a PSOE y a Podemos del poder, el único camino viable es el PP. En caso contrario, Feijóo tendrá un serio problema con Vox, mientras en Génova 13 dan por hecho que, si las diferentes piezas de Frankenstein volvieran a sumar, Frankenstein gobernará.