IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Enredado en una espiral de conflictos artificiales, este Gobierno produce escándalos por encima de sus posibilidades

La teoría de las cortinas de humo se ha desquiciado en esta política donde las polémicas y los escándalos se suceden a tal velocidad que no hay humo suficiente para taparlos y las cortinas arden al final del día como fuegos fatuos. Unos sostienen que el debate sobre los úteros alquilados –que ha estallado por tratarse de Ana Obregón, porque antes había muchos otros casos y nadie les daba pábulo– sirve para ocultar la derrota judicial de Marlaska ante el teniente coronel ilegalmente cesado. Otros se quejan de que el ruido impide vender la reforma de las pensiones, cuya gestación ha subrogado Escrivá a los sindicatos. Y no falta quien lamenta, en el seno del propio Ejecutivo, la torpeza de las ministras que al lanzarse en tromba sobre el asunto han opacado la relevancia del viaje presidencial a China. (Inciso: el veto a ABC en dicha gira revela el sectarismo resentido de algún burócrata monclovita ebrio de adulación periodística). Como no parece creíble esta sobredosis conspirativa, lo más probable es que se trate de una simple concatenación de desaciertos sanchistas a la hora de organizar la estrategia propagandística. Tanto asesor, tanto fontanero, tanto ‘gurú’ de la comunicación, tanto prestidigitador comunicativo para acabar haciéndose la pirula a sí mismos, perdidos en el laberinto de sus intrigas, atrapados en su maraña de líos, incapaces de controlar el desorden provocado por sus efectismos postizos.

Este Gobierno produce enredos por encima de sus posibilidades. La acumulación de ocurrencias, disparates, falacias, arbitrismos ideológicos o conflictos artificiales supera su escasa capacidad para autorregularse y lo sume en un caos funcional constante. La estructura desarticulada de la coalición, sin coordinación entre las dos (ahora tres) partes, genera confusión interna y favorece el desparrame. Salvo cuando se trata de atacar a la oposición, que ahí sí se despliega todo el Gabinete en perfecta formación de combate, la pugna por tomar la iniciativa suele desembocar en desmadre. Hay demasiada gente abriendo demasiados frentes demasiado rápido, y casi todos los retos problemáticos acaban en fracaso. Al carecer de autoridad sobre los socios, Sánchez ejerce un liderazgo demediado que a duras penas intentan sostener sus pretorianos. La búsqueda de éxitos inmediatos se vuelve en su contra a medio plazo porque está basada en contradicciones que desgastan un crédito cada vez más mermado. Las urgencias son malas consejeras; esa prisa por remontar las encuestas a base de actividad frenética está generando una especie de crisis de impaciencia. La expectativa electoral aprieta a unos ministros que corren por su cuenta como bomberos pisándose la manguera. Y cada vez quedan menos cortinas que quemar para camuflar con la humareda una realidad muy terca que regresa, como el cartero de la novela, para llamar una y otra vez a la puerta.