Juan Carlos Girauta-ABC

  • Se las prometía tan felices pero se ha levantado de la lona con la visión borrosa tras el ‘Ayusazo’

El pinchazo de la burbuja podemita nos ahorra trabajo y libera un tiempo precioso. Los analistas ya no necesitarán familiarizarse con las fuentes abstrusas de Iglesias y su círculo esotérico. Entenderlos exigía conocer a unos teóricos que llevan décadas desplegando su «sintaxis sin semántica», que diría Roger Scruton. Sin asomarse al pozo, sin probar sus aguas, no hay manera de averiguar de dónde viene tanta pendejada, no es posible saber cómo se han engarzado, desatando el contemporáneo terremoto occidental, la ideología de género y el milenarismo climático, la crítica al especismo, la interseccionalidad, la cancelación cultural, el nuevo pecado original que nos hace nacer culpables. Por partida doble en nuestro caso, pues portamos carga moral añadida y de algún modo hay que pedir perdón por un Imperio que no se enseña en la escuela. Todo se ha teñido de culpa colectiva mientras se diluía la responsabilidad individual. ¿Chifladuras, zarandajas? No seré yo quien lo niegue, pero refutarlas con seriedad es agotador, incluso deprimente. Estaba la vía fácil, que al final ha funcionado, pero que no sirve para el trastorno en su amplitud occidental: sacarle punta una y otra vez a la casa de Galapagar. Un aburrimiento y una ordinariez.

Se dirá, con razón, que el núcleo irradiador sigue en el Consejo de Ministros. Ya, ya, pero sin su líder carismático, tocado y hundido. Sinceramente, ¿qué fuerza destructiva va a desplegar un Garzón, comunista adherido sin competencias reales y con un despiste de aquí te espero? ¿Qué incidencia tendrá un Castells, que se queda quieto con la esperanza de que se olviden de él y no le encarguen nada? En cuanto a la ministra de Igualdad, fue demasiado lejos al tantear un lenguaje inclusivo de tres géneros que, por impracticable, nos devuelve en la práctica a la gramática ortodoxa. Así que el núcleo irradiador irradia poco o nada.

Además de librar a los analistas de lecturas posmodernas, que no es poco, España se va a ahorrar más temprano que tarde el enorme desgaste del sanchismo, que no se define como el poder de Sánchez sino como la certidumbre de que el PSOE nunca más viajará solo. No es un partido de gobierno sino un club anti-78. En su tren habrá siempre un vagón para lo que quede a su izquierda y otro para el nacionalismo. Un ‘patchwork’ colorido, identitario, que se cose y coserá por sistema contra la derecha. Pero el sanchismo, que se las prometía tan felices, se ha levantado de la lona con la visión borrosa tras el ‘Ayusazo’. Habían normalizando en el PSOE un discurso y unas políticas que no hacían ascos a ningún enemigo de la Constitución. Y de repente se encuentran enfrente a un «fascismo» (así llaman a sus detractores) tan heteróclito que va de Leguina a Abascal. ¿Qué tendrá en común semejante barrera? No importa, la barrera está ahí. Que Sánchez no la vea acelera el desmantelamiento de su autocracia.