EL ECONOMISTA 04/10/14
NICOLÁS REDONDO TERREROS
En una escena de la película Viva Zapata vemos como Anthony Quinn, hermano de Zapata, interpretado por Marlon Brando, se dispone a disparar a un individuo que se acercaba al refugio de los rebeldes. Entonces es disuadido por su hermano Zapata, que le dice: «Ya tendrás tiempo después, si es necesario», a lo que Quinn le contesta: «Es que una vez que le conozca es más difícil matarlo». De la misma forma, las críticas a las personas que conocemos, que son queridas, se nos hacen más cuesta arriba que las dirigidas a un desconocido, a un personaje lejano con el que estamos seguros que no nos vamos a encontrar.
Esa dificultad es la que los periodistas deben vencer, y si lo hacen con decencia dignifican la profesión, y si lo hacen deshonestamente, la embarran. A mí, que no soy periodista, me costó mucho criticar el comportamiento de Rosa Díez respecto a la posible coalición con el partido de Albert Rivera. Creía y sigo creyendo que UPyD se encuentra en la encrucijada de elegir entre ser una aventura personal o una alternativa política con posibilidades de convertirse en una opción. Y los movimientos sectarios, en espacios pequeños, con las descalificaciones y los insultos como instrumento de defensa, me hicieron vencer el aprecio que tengo a Rosa -fundado en muchas «historias» compartidas y una relación que no siempre ha sido armónica, pero que siempre ha sido leal por su parte- y mostrar mi preocupación por la deriva que parecía tomar la noble aventura iniciada por los fundadores de UPyD.
Al final, Rivera y Díez se reunieron, y parece que han sentado unas bases suficientes para un mínimo acuerdo que no sabemos donde les llevará, pero que en un panorama político como el nuestro no deja de ser esperanzador. La importancia del acuerdo para mí no se basa en el aprecio que pueda tener a los dos dirigentes o a sus respectivas formaciones, que una en Cataluña y la otra en el resto de España representan una esperanza para quienes les votan; reside en la necesidad de que exista una fuerza política consolidada en un panorama político próximo muy fragmentado y en el que posiciones antisistema o muy radicales pueden dejar de tener una representación testimonial y convertirse en ejes determinantes del espacio público español. Teniendo en cuenta además que las dos grandes fuerzas nacionales pierden parte del respaldo que tuvieron en las últimas elecciones generales, y se debaten en unas dudas identitarias, que tienen que ver desde luego con la crisis económica, pero también con los nuevos tiempos que les ha tocado vivir.
El PSOE de Pedro Sánchez, encarcelado en un radicalismo nominal, que no engaña a los radicales y que le aleja de sectores reformistas, tiene por delante la tarea de recomponer un partido conmocionado por los resultado electorales y por la aparición de Podemos; se encuentra con la necesidad de lograr un discurso de centro-izquierda, que le sirva para hacer oposición y construir una alternativa, en un tiempo relativamente breve, ya que muchos de los responsables de la situación actual del partido exigirán síntomas de recuperación claros en la próximas elecciones municipales y autonómicas.
El PP, por su parte, aunque mantiene una ventaja holgada sobre el resto de los partidos políticos, ve con preocupación la escasez de alternativas para el acuerdo. Sigue tirando carga muerta en su camino hacia posiciones centrales de la política española, renunciando a la sentimentalidad legitimadora que en otro tiempo le daban casi en exclusiva las víctimas del terrorismo, muchas de ellas hoy encaramadas legítimamente en opciones políticas: Mari Mar Blanco, indudablemente en las filas del PP, Maite Pagazaurtundua en UPyD y Ortega Lara en la formación de Santiago Abascal.
Y en ese proceso de secularización se encuentra, que empezó con la reacción ante el comunicado de ETA que anunciaba el final del terrorismo, y ha continuado con muestras indudables de esa voluntad, hasta provocar la dimisión del ministro de Justicia, quien probablemente no había notado el nuevo rumbo de su partido, que nadie había anunciado y que en ningún lugar se había debatido.
Probablemente. el error de un hombre acostumbrado a calcular las posibilidades de sus ambiciones se deba a las características de ese cambio de rumbo: lo están haciendo sin decirlo, sigilosamente, sin que lo reconozcan no ya sus votantes sino algunos de sus propios protagonistas, contradiciendo la esencia misma de la política, que se fundamenta en el discurso, en la palabra.
Con ese panorama político, agravado por el órdago nacionalista catalán, la aparición de una fuerza centrista, nacional, moderada y laica, desde un punto de vista político influyente es imprescindible. El partido de Rosa Diez no tiene la fuerza suficiente para conseguirlo, perjudicado por la aparición de otros actores políticos que han sido favorecidos con una atención mediática que nunca tuvo UPyD, haciendo imposible un crecimiento electoral suficiente de esta formación como para poder desarrollar ese papel tan necesario. Para romper esa tendencia a la languidez, que podía estar justificada después de un esfuerzo encomiable como el realizado, era y es necesario el acuerdo con Ciudadanos, que cuenta a su favor con el papel decisivo que están desarrollando en Cataluña y con un líder que aprovecha las continuas oportunidades que el radicalismo del nacionalismo catalán le ofrece, que por supuesto no desaprovecha, y que además aporta una juventud y una frescura que hoy en día tienen su importancia. El acierto de Rosa me satisface como ciudadano y me hace feliz como amigo suyo que me considero.
Nicolás Redondo, presidente de la Fundación para la Libertad