Crónica del desvarío

Kepa Aulestia, DIARIO VASCO, 4/6/11

El 22 de mayo ha colocado a jeltzales, socialistas y populares ante un espejo en el que no acaban de reconocerse

Las negociaciones postelectorales pivotan en torno a Bildu. Las tres formaciones que acaparaban la escena política vasca antes de que apareciera la coalición independentista no parecen muy capaces de mejorar la posición obtenida en las urnas mediante pactos entre ellas. PNV, PSE-EE y PP esperan algún milagro, o que cuando menos se queden como están. Son los protagonistas de una entente imposible, sencillamente porque ni siquiera coinciden en un adversario común. Es por ello que, en nombre de la coherencia, están abocados a incurrir en sonoras contradicciones. Eso sí, explicando cada paso que den como si formase parte de una estrategia premeditada e infalible.
El partido de Urkullu está decidido a apurar hasta el final su apoyo a la continuidad de Zapatero. Pero aunque el presidente del EBB haya amenazado con dejar caer al gobierno socialista de Madrid si les colocan «en la picota» en Euskadi, no es fácil adivinar qué de lo que haga o deje de hacer el PSE-EE podría esta vez justificar la indignación jeltzale. Nada pueden demandar a los socialistas, si no es con el objetivo expreso de impedir que Bildu gobierne el Ayuntamiento de Donostia y la Diputación de Gipuzkoa, o con el propósito de que respeten el voto que Bildu ha anunciado para que Xabier Agirre siga de diputado general en Álava. A no ser que la fe jeltzale lleve a algunos de sus dirigentes a la esperanza de que, una vez que Bildu acceda a la Alcaldía de Donostia, su sentido de la responsabilidad conduzca a los socialistas e incluso a los populares a votar a Markel Olano como diputado general. Aun a sabiendas de que, acto seguido, el PNV se entretendría durante cuatro años más con los «proyectos estratégicos» que Gipuzkoa arrastra desde hace veintitantos para, al mismo tiempo, tratar de acortar la distancia que le ha sacado Bildu emulando a la coalición emergente.
Urkullu tiene una ventaja en sus conversaciones con Zapatero: que le basta que existan para obtener lo más importante, que es mantener al PNV como partido de referencia para Madrid. Ahora bien, si pretende algún beneficio adicional deberá darse prisa. Porque el calendario comienza a jugar ya a favor de que Zapatero agote su mandato por inercia. A no ser que encalle en julio en la tramitación parlamentaria del techo de gasto para 2012. El PNV tendría un interés poderoso en precipitar los acontecimientos; porque el adelanto de los comicios generales por parte de Zapatero cuestionaría la continuidad de la legislatura autonómica tras los resultados del 22-M. Pero podría encontrarse con el desaire de que le sustituya CiU, que a pesar de todo preferiría obtener alguna mejora en las cuentas de Zapatero ante la perspectiva de otro año de dificultades para la Generalitat.
La continuidad de la legislatura sería una bendición para Patxi López, aunque no lo tuviera tan claro cuando exigió públicamente la celebración de un congreso que sustituyera a Zapatero en la secretaría general del PSOE. El PSE-EE no acaba de explicar, ni interna ni públicamente, su resultado electoral. Hay preguntas que es mejor no formularse por lo comprometido de las respuestas. En este caso mejor no preguntarse por qué su presencia en el Gobierno Vasco no ha servido de contención frente al derrumbe general del PSOE, sino todo lo contrario. La conclusión resulta inquietante, y aunque se acalle, está presente en el ánimo socialista. Tanto Patxi López como quienes en el último comité nacional reclamaron que los socialistas vascos tomen distancias respecto al PP viven la ilusión de gobernar Euskadi en solitario, creyendo poder recuperar las señas de la socialdemocracia en un país en el que nadie se opone a las mismas; olvidándose del voto ‘popular’ que posibilitó la designación del actual lehendakari, pero también de que la sombra del PP no ha limitado ni obligado al Gobierno de López en su actuación.
Si los resultados de las municipales y forales hubiesen sido mejores, y el PSE-EE no tuviera que cargar también con las próximas generales, el Gobierno Vasco estaría en condiciones de afrontar las autonómicas realizando un esfuerzo final. Pero ahora de poco le valdrá -como sugería el propio lehendakari el pasado miércoles- dejar a un lado los engorros de la gestión para hacer política. Porque la carencia fundamental es la de una política propia y diferenciada, que no solo se haga notar, sino que merezca el favor del público por su eficacia. Lo que hace inevitable que la opinión pública perciba al Gobierno Vasco socialista como una realidad transitoria en medio del galimatías institucional.
El Ejecutivo presidido por Patxi López realizó la alternancia y el cambio en tan pocos meses que se quedó sin programa para el resto de la legislatura. Cuajó la buena nueva de que el debate identitario dejaba de acaparar la vida institucional, y surtió efecto el cerco establecido frente a las manifestaciones callejeras de intolerancia. A partir de ahí, también como consecuencia de la crisis, el Ejecutivo de Vitoria no ha podido más que cumplir con sus obligaciones. La amortización del problema terrorista y la legalización de facto de la izquierda abertzale no solo han contribuido a desactivar el voto al PSE-EE; también han restado tensión al voto del PP. De ahí la paradoja. La victoria política que socialistas y populares obtuvieron tras las autonómicas del 2009 ha quedado en entredicho desde el mismo momento en que el voto nacionalista aventajó el 22-M al no nacionalista en un cuarto de millón de sufragios.
Kepa Aulestia, DIARIO VASCO, 4/6/11