Miquel Giménez-Vozpopuli
Unos dicen que fueron pocos, otros sabemos que fuimos muchos. Da lo mismo. Lo indiscutible es que miles de personas salieron este domingo a las calles en Madrid – también en mi Barcelona natal – para decir basta. Y eso no podrá negarlo nadie.
Amanecía Madrid frío, desapacible. El cielo de la capital de España, siempre de un azul intenso, casi hiriente, con la claridad de saberse alumbrador de una realidad secular, tenía el tono gris plomizo que suele ser heraldo de lluvia. Tiempo de alargar la mañana entre las sábanas de domingo, quizá las más confortables y cálidas de todas. Pero, a pesar de ello y desde primera hora, las calles adyacentes a la plaza de Colón se tintaban de rojo y gualda, como si un millón de claveles y otro de soles se hubiera desparramado por ese Madrid ansioso de recibir tamaño caudal de calor, de luz, de razón y de verdad.
Mientras los eternos enfermos del hígado menospreciaban el milagro, las buenas gentes convocadas por las ideas más rectas y limpias posibles, a saber, Constitución, España, igualdad, unidad, hermandad, se saludaban las unas a las otras sin conocerse. Ciudadanos de todas las edades, sexos, procedencias e ideologías sentían su obligación y su derecho a estar allí, sin tener que pedir perdón a ningún falso y prepotente inquisidor de medio pelo. Era la idea de un país igual para todo el mundo, con justicia social, con libertad, con respeto a la ley, con orgullo, la que había tomado posesión del rompeolas de las Españas, esas que, sumadas todas, dan el país que tenemos, que solo sabe de generosidades sin límite. Hablamos de patria, señores, nada más y nada menos.
Sin una moción de censura que deje en carnes vivas la trampa del actual gobierno, que solo busca perpetuarse en el poder al precio que sea, esta manifestación sería un mero y fútil brindis al sol
Uno, catalán en Madrid, que es lo mismo que decir un español más en España, miraba con ojos de asombro aquel despliegue de banderas nacionales que recibían al peregrino cual sonrisa acogedora. Los diálogos con la gente eran cordiales, francos, cargados de una verdad que jamás escucharán en labios de ningún político. He dicho ya que no hay distingos entre lo que vota alguien del PP o del PSOE y, si me apuran, incluso los que votan a Podemos o a Vox. Todo el mundo desea un mundo mejor, trabajo, libertad, respeto, felicidad, en suma. La manifestación de este domingo era un auténtico crisol de todo esto, tan humano, tan sencillo, tan español.
Ignoro qué provecho obtendrá Casado de esta multitudinaria cita o si Rivera quedará mejor o peor por estar al lado de Vox, pero eso es algo insustancial al lado del hecho más importante y que nadie puede obviar: la gente está cansada del politiqueo de vuelo rasante y exige ideas, exige acciones, exige, digámoslo con todas las letras, estadistas de verdad en lugar de encargados con bata gris y lápiz detrás de la oreja que solo nos hablan de oscuros inventarios, de cuentas falseadas, de chalaneos por detrás del mostrador.
Ustedes perdonarán el arrebato, pero hay ocasiones en las que la equidistancia y la ponderación son mantas demasiado pesadas para un viejo periodista
Sin una moción de censura que deje en carnes vivas la trampa del actual gobierno, que solo busca perpetuarse en el poder al precio que sea, esta manifestación sería un mero y fútil brindis al sol, de ahí que los contables de la miseria espiritual se refocilen diciendo que eran cuatro gatos. Pero eso no es, insistimos, lo que cuenta realmente. Lo decisivo es que, al lado del votante de Vox, había un votante socialista y, junto a los dos, uno del PP que a su vez bromeaba con otro de Ciudadanos. Sindicalistas y empresarios, estudiantes y parados, gente sin un duro junto a otros con posibles. Qué más daba. Allí, todos eran lo mismo: españoles. También había niños que preguntaban a sus mayores qué era aquello. Pues bien, este catalán que estaba allí, sumergido en la nobilísima inmersión de la lengua de Cervantes y Quevedo, de Lope y de Larra, de Borges y de Lorca, ahíto de manifestaciones con banderas, cansado de tanta falsa retórica y tanta épica mixtificada previa subvención, dijo ante la inocente pregunta: “Esto es España, la de verdad, la que nos integra a todos”.
Ustedes perdonarán el arrebato, pero hay ocasiones en las que la equidistancia y la ponderación son mantas demasiado pesadas para un viejo periodista. Por cierto, viva España.