La Euskadi en paz será plural, pero si no lo evitamos, de un pluralismo intranacionalista que irá -digamos- desde Tasio Erkicia en un extremo hasta Bernardo Atxaga en otro, pero no más. El llamado «vasquismo» será el modesto sidecar para poder viajar en la moto nacionalista.
Según Chesterton, las novelas de aventuras son mucho más legibles que las realistas que cuentan dramas burgueses porque las primeras tratan del batallar contra los malvados y «no hay nada más entretenido que luchar contra el mal». Pues sí, la verdad es que a don Quijote le pegan palizas y va de fracaso en fracaso, pero nunca se aburre. Por eso, con mayor sinceridad que prudencia, admití en una entrevista televisada que los años de combate contra ETA han sido trágicos y angustiosos, pero que yo personalmente me he divertido en la pelea mucho más que si me hubiera quedado en casa dedicado a mis cosas como tantos otros. Esta declaración ha chocado con la visión penitencial de la vida que por lo visto sigue siendo la ortodoxa entre nosotros. Además del previsible cacareo online de la guardería virtual, el estreñimiento conservador la ha tachado de «frivolidad inadmisible», como hace con las actitudes no negociables en el mercado de la respetabilidad. Pero yo nunca he jugado en esa bolsa. Bastante humillante es ya envejecer, pero si encima te haces respetable… date por aniquilado.
En el vendaval crítico contra mí han destacado por su ferocidad algunos medios nacionalistas vascos, como Gara o Deia. Mientras les leía con diver…, vamos, con atención, recordé lo que Jean Paulhan escribió a François Mauriac cuando el libelo colaboracionista Je suis partout les denunciaba diariamente: «qué agradable resulta ser maltratado por gente a la que no se estima». Es curiosa su insistencia en los grandes beneficios económicos y las muchas prebendas que he conseguido durante estos años de pelea antietarra. Parecen suponer que si el otro bando me hubiera prometido mejor sueldo habría cambiado de criterio… Les cuesta aceptar lo obvio: que patear el trasero (aunque sea metafóricamente, ay) de matones con txapela es un deporte al que algunos nos hemos dedicado sin cobrar traspasos ni primas millonarias y con tanto gusto que hasta hemos pagado por practicarlo cuando ha sido necesario.
Pero dejemos de lado la parte personal del asunto, que a mí me importa poco y al resto del mundo supongo que nada. Sobran explicaciones porque la gente normal lo entiende a la primera, los maliciosos también pero no lo reconocerán nunca y los tontos ni poniéndoles diapositivas. Sin embargo, hay en esta inquina aspectos más generales que resultan muy reveladores. Según parecen aumentar las posibilidades de que en Euskadi desista el terrorismo, también crece el desafecto social y mediático no hacia quienes lo han padecido directamente ni tampoco hacia aquellos que van a abandonarlo -por lo visto hay que estarles agradecidos- sino hacia los que se han enfrentado a él claramente y en todos los terrenos: político, social, cultural… Da la impresión de que en la época pos-ETA va a ser castigado el exceso de celo anterior. Los hay, y muy encumbrados, que se escandalizan ante la posibilidad de exigir que se ajusten cuentas a los terroristas (es insano revanchismo que imposibilita la reconciliación…), pero que no ven mal el arrinconamiento de los que se distinguieron demasiado en la intransigente oposición frente a ellos. El día que vuelvan al redil las ovejas descarriadas y hasta los lobos disfrazados, los que ayer les cerraron decididamente el paso resultarán ser unos cabritos… o unos miserables, según gente de ese mismo ramo.
Sigo mi especulación conjetural: la Euskadi en paz será plural, pero si no lo evitamos, de un pluralismo intranacionalista que irá -digamos- desde Tasio Erkicia en un extremo hasta Bernardo Atxaga en otro, pero no más. El llamado «vasquismo» será el modesto sidecar para poder viajar en la moto nacionalista… Y estas restricciones no se combaten con ilegalizaciones, ese es otro cantar, sino con la presencia activa y reivindicativa en todos los foros sociales, culturales o políticos. Hay que moverse, aunque siempre que sea posible con buen humor. Montaigne dijo «no hago nada sin alegría» y, aunque les pese a los fúnebres y a quienes hacen rechinar los dientes, no conozco lema mejor.
Fernando Savater, EL PAÍS, 8/3/2011