JORGE DEL PALACIO-EL MUNDO

La decisión de Ciudadanos de no pactar con el PSOE tras las elecciones generales del próximo 28 de abril se ha encontrado con una cascada de críticas por parte del partido que dirige Pedro Sánchez. La carta que la presidenta del PSOE, Cristina Narbona, ha enviado a Albert Rivera afeándole su entendimiento con la «extrema derecha» y señalando que «el patriotismo constitucional no se construye vetando a actores políticos con innegables credenciales como las que ostentan el PSOE y su militancia» es el mejor ejemplo de esta actitud de reproche.

Esta actitud del PSOE no deja de ser sorprendente por más que sea previsible. Sorprendente porque con la decisión de Ciudadanos el PSOE podría estar celebrando la validez del diagnóstico que viene haciendo del actual momento político español: fuera del PSOE, a nivel nacional, sólo hay ultras, reaccionarios y extremistas. En una cultura política moldeada por la filosofía de la sospecha pocas cosas deberían ser tan satisfactorias como quitar la careta, de golpe, a los que dicen ser moderados y modernos. Por eso para el PSOE el álbum de fotos de Colón adquiría categoría de revelación. Lo resumía a la perfección Manuel Arias Maldonado en su columna Cronología del escándalo: «¿No deberían alegrarse de que los fachas no quieran pactar con ellos?». ¡Pues que se despellejen solos!

Sin embargo, parece que la decisión de Ciudadanos no ha producido una gran alegría ni en Ferraz ni en La Moncloa. Sobre todo porque al poner una cruz a Pedro Sánchez, Ciudadanos ha estrechado el margen de maniobrabilidad poselectoral del PSOE. Circunscribiéndolo, básicamente, a un entendimiento necesario con Podemos y los partidos independentistas. Confinándolo en el rincón del sistema político donde las alusiones al patriotismo, el liberalismo o la moderación preparadas para la campaña no tienen ningún eco, audiencia ni recorrido, como se ha visto en el homenaje a Azaña en Montauban. Y, en definitiva, reduciendo la definición del sanchismo a una foto fija de sus meses en La Moncloa. Justamente cuando Sánchez más necesita capitalizar que puede ser una cosa o la contraria: el socio de Albert Rivera o el de Pablo Iglesias y Quim Torra.

La decisión de Ciudadanos es arriesgada. Sin embargo, no puede decirse que no entronque con su razón de ser. Al menos con su modelo y propósito original de partido, que nace para dar cauce a un voto de corte progresista y modernizador que se enfrenta, sobre todo, a la deriva radical de los nacionalismos periféricos. Precisamente, como partido que encuentra su origen en la inconsistencia del PSOE ante el problema territorial español, la estrategia de Ciudadanos se ha caracterizado por observar y tomar nota del movimiento pendular del PSOE frente al nacionalismo: hoy con la nación, mañana con la nación de naciones. Y ahora ha decidido parar el reloj: justo en el momento en que Pedro Sánchez se ha visto reducido a correa de transmisión de los intereses y diagnósticos de los partidos que le llevaron hasta La Moncloa.