EL CONFIDENCIAL 26/01/16
JOAN TAPIA
· La opción de centro-derecha no suma, la de izquierdas tampoco y en España no hay ‘humus’ para una gran coalición
Toda España ha visto y analizado la dificultad para formar Gobierno en Cataluña tras las elecciones de septiembre que pusieron de relieve tanto la fuerza del independentismo como sus límites y contradicciones. Lo que Artur Mas proclamó el 27-S como una gran victoria acabó con su retirada por imposición de la CUP.
Ahora Cataluña observa con atención la crisis española. Si el nuevo Gobierno de Madrid tiene autoridad política, moral y espíritu integrador, la imagen de España mejorará. Si, por el contrario, el nuevo ejecutivo repite la poca disposición al pacto y el poco tacto de los últimos cuatro años, la famosa ‘desafección’ se incrementará. El notario López Burniol ha repetido que Cataluña no tiene suficiente fuerza para ser independiente pero sí para desestabilizar España. Y algo de eso está empezando a pasar. Lo decía Ortega en su ‘España invertebrada’: cuando España carece de empuje, las fuerzas centrífugas adquieren fuerza. Es lo que sucede desde 2010, cuando la crisis económica obligó al plan de ajuste de Zapatero y pocas semanas después se produjo la sentencia del Constitucional sobre el Estatut pese a que el texto ya había sido votado en referéndum cuatro años antes.
Las elecciones han mostrado una España en crisis política. El PP ha quedado primero pero ha perdido nada menos que 63 diputados y, lo más grave, no tiene mayoría para la investidura sin la ayuda del PSOE, su principal contrincante, ya que sumando a Ciudadanos se queda a 13 escaños de la mayoría absoluta. Los españoles han querido cambio (un 71%) pero han fragmentado al máximo ese deseo. Esa fragmentación juega a favor del PP, pero no basta. Rajoy ha logrado un aprobado económico, con la ayuda de las circunstancias, del BCE y con reparos, pero ha cosechado un suspenso político. En una escala política del 1 (extrema izquierda) al 10 (extrema derecha), los españoles se sitúan según la última encuesta del CIS en un 4,6 y colocan al PP en un 8,2. Ese es el fracaso de Mariano Rajoy.
Pero el PSOE ha sacado todavía menos diputados que el PP (90), aunque su descenso (20) es menor y puede tener más capacidad de pacto con otras fuerzas. Pero no es el ganador sino el perdedor del 20-D. No lo debe olvidar.
· Plantear hoy la gran coalición es imposible porque el PSOE no es el SPD, el PP todavía es menos el CDU, y los españoles (para bien y para mal) no son alemanes
Y los nuevos partidos –Podemos con sus constelaciones con 69 escaños y Ciudadanos con 40- han tenido un notable éxito pero han quedado por detrás de los dos tradicionales, y además ninguno de ellos puede garantizar el futuro Gobierno. El PP y C´s suman 163 diputados, insuficiente, y el PSOE y Podemos 159 (161 si sumamos a IU).
Hemos pasado de un sistema bipartidista a uno de cuatro partidos. Siempre más los nacionalistas. En el bipartidismo imperfecto vivíamos en un régimen casi presidencialista, quien ganaba las elecciones presidía el Gobierno porque si faltaba algún diputado ahí estaba Miquel Roca (o sucesores) como bisagra-muleta. El momento más difícil fue el de 1996, cuando la ‘amarga victoria’ de Aznar, que se quedó con 156 escaños (141 el PSOE) y tuvo que recurrir, tras una campaña antinacionalista (“Pujol, enano, habla castellano”, se coreaba en Génova aquella noche), al pacto del Majestic y a Xabier Arzalluz.
Ahora el pluripartidismo nos lleva a un régimen parlamentario y gobernará quien sea capaz de obtener una mayoría para la investidura (absoluta en la primera votación y simple en la segunda). La democracia parlamentaria es así -se quiera o no- y quizá lo lamenten ahora muchos que criticaron el bipartidismo o incluso aquellos que alentaron divisiones en la izquierda. ¿Se acuerdan de la pinza Aznar-Anguita contra Felipe González?
Y ni los partidos ni los medios de comunicación han asumido con plenitud lo que implica el cambio de régimen. No forzosamente tenemos que sufrir la experiencia belga (constitucionalmente, es casi imposible), que estuvo más de 500 días sin Gobierno, pero la formación de una mayoría para la investidura -no digamos para gobernar- será complicada. Ya lo está siendo.
Para resolver la crisis, habría que recurrir a la lógica. En España no hay ni experiencia ni hay ‘humus’ favorable para una gran coalición. El PP solo ha llegado al poder tras grandes fracasos socialistas -la corrupción, el GAL y la crisis en 1996, y la peor crisis económica desde 1929 en 2011-, y lo ha hecho con tremendismo y descalificaciones graves. Y cuando el PSOE recuperó el Gobierno (2004) fue tras los atentados de Atocha que el PP atribuyó a ETA. Además, el PSOE no es el SPD (el dramático abandono del marxismo de Felipe González -dimisión mediante- no fue el ordenado Bad Godesberg alemán) y el PP nunca ha sido la CDU de Kohl o Merkel. Están los dos en el Grupo Popular europeo pero el PP no viene de la matriz inclusiva de la democracia cristiana. Un Gobierno de gran coalición no es pues un imposible metafísico, pero pedirlo hoy -de entrada- es quijotesco. Como embestir a los molinos de viento.
· El pacto a tres PP-PSOE-C’s no será aceptado por los socialistas: sería una variación de la gran coalición y dejaría a Podemos el monopolio de la izquierda
El planteamiento inicial de Rajoy de un Gobierno o un pacto a tres (PP, PSOE y Ciudadanos) tiene esos inconvenientes y alguno más. El argumento de que son tres partidos que defienden la unidad de España y la igualdad de los españoles es como mínimo inexacto. La igualdad proclamada no existe porque los vascos y navarros son más iguales. ¿O no? Y además el concepto de unidad es diferente. El PSOE negoció y votó el Estatut de 2006 y el PP hizo campaña callejera en contra, pidió un ilegal referendo en toda España y luego recurrió lo aprobado en las Cortes Españolas y en el referendo catalán, dando lugar a la crisis histórica más peligrosa para la unidad de España. ¿O no?
En política económica, las diferencias no son abismales, y además el euro limita (gobierne quien gobierne) la soberanía española, pero en las propuestas fiscales y sociales hay divergencias. Salvo una situación de emergencia -en la que afortunadamente no estamos-, la gran coalición es hoy una opción remota.
Por otra parte, un pacto de investidura con el PSOE -sin precedentes- exigiría una negociación a fondo PP-PSOE. El grupo liberal de Albert Rivera siempre debe ser tenido en cuenta pero con el resultado electoral no es decisivo para un Gobierno del PP (quizás sí para uno del PSOE) y ponerlo de entrada en la oferta indica que Rajoy no desea tanto un socio con el que pactar y ceder como un monaguillo al que se le fuerza con presiones mediáticas, económicas, europeas y aprovechando la desorientación que le sacudió tras la humillación del resultado electoral de 2011, cuando perdió 59 diputados (algo menos que el PP ahora).
Lo lógico hubiera sido que tras la primera fase -la que abrió la primera consulta del Rey-, Rajoy hubiera asumido el desafío y presentado un programa que por su asunción de la realidad hiciera difícil que el PSOE lo rechazara plenamente. Y que si lo hacía pudiera ser la base de una posterior renegociación en la tercera fase, si Sánchez fracasaba en su intento. Pero claro, eso exigía una voluntad de rectificación, al menos parcial, de muchas cosas de la pasada legislatura, como la aversión al diálogo y la afición al rodillo. Y eso no es lo conveniente si lo que se tiene en mente es una repetición de las elecciones. Y quizá sea eso lo que ha incitado a Rajoy -más la imputación del PP por el borrado de los ordenadores de Bárcenas y el caso Acuamed- a su astuta maniobra del pasado viernes de renunciar por el momento a la investidura y dejar pasar primero a Pedro Sánchez. Hábil, pero que no soluciona nada y no mejora su imagen.
Salvo imprevisto, el Rey encargará pues la tarea a Pedro Sánchez. El líder socialista ha demostrado carácter y ganas, cualidades necesarias aunque no suficientes. Aritméticamente, su investidura no es tampoco nada fácil. No hay mayoría de izquierdas (161 escaños con Podemos e IU y 170 si se contara incluso con ERC, lo que es imposible). Siempre necesitará pues votos de partidos de centro, sean del PNV, de CiU o de C´s.
La izquierda (sin ERC por imposible) más el PNV (167 votos) podría investirlo en segunda votación (mayoría simple) siempre que CiU y ERC se abstuvieran, cosa que no es nada segura, pues Francesc Homs proclama que votará en contra. Y el independentismo puede creer que un Gobierno del PP le es más rentable, pues tras la sentencia del Estatut ha pasado del 25% que daban las encuestas al 47,8% el 27-S.
Si Sánchez fracasa en una propuesta de centro-izquierda basada en un pacto con Podemos y C’s, habrá elecciones, salvo que el PP revolucione su oferta
La única opción sólida aritmética y políticamente de Pedro Sánchez -difícil, pero que un candidato serio debe intentar- sería convencer a Podemos y a Ciudadanos al mismo tiempo para un programa de reforma constitucional y de reversión moderada de algunas medidas económicas y sociales. Con 190 diputados, esa política -que tampoco sería fácil, aunque a mucha izquierda le parecería pobre- se podría llevar a cabo. Esa es la realidad y lo que sería posible sin riesgo de volver a tener problemas de financiación exterior (la deuda pública es del 100% del PIB) y agravar con algún desfallecimiento español la crisis de gobernanza europea que es grave, como se está demostrando en las serias dificultades para digerir la masiva llegada de refugiados y el debilitamiento político (dentro y fuera de Alemania) de la canciller Merkel.
No es fácil que Pedro Sánchez logre algún pacto coetáneo con Rivera e Iglesias. Primero, porque Rivera parece apuntarse al prejuicio de un gran sector de la derecha y del empresariado de que hay que crear un cordón sanitario sobre Podemos. Es un error porque -guste o no- tienen 69 diputados y un 20,66% de los votos. Ello no les da ningún derecho a imponer políticas irracionales pero excluirlos ‘a priori’ de la negociación de un pacto de centro-izquierda tampoco es sensato. Son ellos los que deben optar entre ser una fuerza responsable (la experiencia griega de Tsipras está haciendo reflexionar a sus economistas), o continuar cortando el dividendo de los efectos sociales de la crisis esperando arrinconar al PSOE, como le pasó al Pasok en Grecia, y ser la alternativa a la derecha. Es su tentación, pero implica no haber aprendido nada de las negativas consecuencias que esta estrategia ha tenido para toda Grecia, incluida Syriza, que ha tenido que asumir un plan de austeridad todavía más duro a cambio de más créditos europeos.
Otra dificultad proviene de que la maduración de Podemos de partido de protesta a partido de gobierno (si se acaba produciendo) está siendo lenta. Para gobernar España, poner hoy (con mayoría absoluta del PP en el Senado) como línea roja un referéndum en Cataluña es hacerse ilusiones. El PP lo recurriría inmediatamente al Constitucional, y toda la legislatura quedaría empantanada. Además, haría todavía más complicada la reforma de la Constitución, que es un objetivo común y prioritario tanto del PSOE como de Podemos. Las cosas son como son y no como se pueden pensar en una cena de amigos y militantes: sin buscar puntos de encuentro con el PP no hay reforma de la Constitución que valga. Y esos acuerdos exigirían tanto capacidad de adaptación de los conservadores como realismo e inteligencia de las izquierdas.
Tampoco ayuda la extravagancia y el personalismo de Pablo Iglesias cuando tras ver al Rey dice en rueda de prensa, acompañado de su estado mayor y sin haberlo ni hablado con el PSOE, que quiere un Gobierno de coalición con los socialistas pero que la condición es que él sea vicepresidente y Podemos tenga varios ministerios clave. Si a ello le unimos que añadió frases despreciativas al candidato socialista y a los “viejos aparatos” del PSOE (que viejos o nuevos son los que tienen que tomar la decisión) mientras mostraba “admiración” por sus bases y sus electores, la única conclusión lógica es que quiere nuevas elecciones… o peor, que no sabe lo que quiere.
Seguramente, el cerebro de Iglesias está más pendiente de adelantar al PSOE o de una revolución bolivariana que de gobernar el quinto país de la Unión Europea y el cuarto del euro. Pero es lógico que el PSOE, el partido tradicional de la izquierda española, intente hacerlo entrar en una dinámica más europea.
El problema de Pedro Sánchez no es el comité federal del PSOE. El problema de los socialistas es que tienen 90 diputados y tras la pasada legislatura es casi imposible pensar que Rajoy -pese a la indudable mejora de la economía- pueda liderar una etapa de imprescindible combate a la corrupción y de regeneración democrática (lo de Valencia de ayer solo puede reforzar esa idea). Eso por lo que respeta a la abstención en una investidura de Rajoy. Por otra parte, Rivera no encabeza todavía un partido liberal sino un proyecto liberal (a no despreciar) que ha tenido un resultado menor al esperado. Y Podemos, pese a la habilidad del tándem Iglesias-Errejón (indudable), no es una izquierda socialdemócrata como proclama algunas horas algunos días.
Entonces… entonces, si se quiere evitar una repetición de las elecciones -que es posible, según las pocas encuestas publicadas, que repitieran el ‘impasse’-, en la tercera fase habría que explorar un pacto ni de gobierno ni de legislatura pero que sí permitiera (con la abstención socialista) la investidura de alguien de la órbita del PP con una hoja de ruta más conciliadora que la de la pasada legislatura, que se comprometiera a abrir en serio una comisión de reforma de la Constitución en el Congreso y que incorporara ministros independientes (quizás un técnico de prestigio y no de partido en Economía).
Me dicen que nadie en el PSOE de hoy defiende una abstención así, pero autodescartado Rajoy (parece que ni C´s lo acepta), y si Pedro Sánchez no logra la investidura para un Gobierno de centro-izquierda (el posible, según los resultados españoles y los parámetros europeos) que ofrezca confianza, puede ser la penúltima solución. La última sería la repetición de elecciones con el riesgo ya señalado: resultados similares en un clima más crispado y degradado.
La última reflexión que el todo Madrid debería hacer es que si España no resuelve bien y con criterios inclusivos esta su crisis, las fuerzas centrífugas que describía Ortega hace ya casi un siglo crecerán todavía más. Y ya están en el 47,8%.