PEDRO ONTOSO-El Correo

  • La invasión de Ucrania sacude la posición mayoritaria de los vascos, que votaron contra la presencia de España en la Alianza

No ha sido siempre así. Hace 36 años una mayoría de vascos dijo ‘no’ a la permanencia de España en la OTAN, en la que se había integrado el 31 de mayo de 1982. El Gobierno socialista había hecho bandera de su rechazo a la Alianza Atlántica con mensajes ingeniosos como ‘OTAN, de entrada no’, pero luego dio un volantazo en su política exterior y cambió de estrategia, empujado por la entrada en la CEE, el 1 de enero de 1986. Apenas dos meses después, el 12 de marzo, se celebró un referéndum para preguntar a los españoles si querían permanecer o no en la Alianza. Era un integración limitada, porque no incluía su incorporación en la estructura militar, se prohibía la instalación de armas nucleares en suelo español y se abogaba por una reducción progresiva de la presencia militar de EE UU.

En Euskadi hubo un intenso debate sobre la cuestión, aunque discurrió con muchas dosis de pasión y muy poca documentación. Aquella alianza era una bisagra que unía a Occidente con la hegemonía norteamericana, y para muchos se trataba de un corsé, un yugo del imperialismo yanki (‘Yankees go home’), lo que fomentó un debate ideológico muy agrio y crispado. El PNV, a las puertas de la escisión con un Garaikoetxea que predicaba el antiatlantismo junto a Herri Batasuna, dio libertad de voto a sus militantes. Coalición Popular optó por la abstención, en desacuerdo con los términos de la pregunta.

Hasta la Iglesia entró en campaña. Los obispos españoles difundieron un documento en el que ponían en duda las condiciones de la consulta, que presentaba «aspectos preocupantes», convencidos de que el pueblo carecía de conocimientos para valorar lo que estaba en juego. También alertaban de la posibilidad de una «manipulación política» por parte del Ejecutivo de Felipe González. El sacerdote jesuita José María Martín Patino, mano izquierda del cardenal Tarancón y óraculo influyente en las élites, firmó un artículo sobre la ética de la disuasión, en el que sostenía que «el creyente, coherente con su fe, difícilmente puede legitimar con su voto favorable el equilibrio del terror y aun el simple desarme gradual y bilateral».

Euskadi tenía su propio ecosistema. Los secretariados sociales de las diócesis del País Vasco elaboraron hasta dos documentos en los que se pronunciaron a favor de la neutralidad como la opción más acorde con el Evangelio, al tiempo que reclamaron un referéndum vinculante y no meramente consultivo. Llamó la atención que la ‘fábrica de ideas’ de la Iglesia se manifestara sobre el militarismo cuando había sido incapaz de sacar ningún documento tan reflexivo sobre la actividad criminal de ETA y sus víctimas, por el tapón que mantenía monseñor Setién en la creación de pensamiento de los secretariados. Era el mismo reproche que se esgrimía contra la izquierda abertzale, que sí ‘bendecía’ la actividad ‘militar’ de la organización terrorista.

El caso es que triunfó el ‘no’ con 700.539 votos (65%), frente al ‘sí’, apoyado por 336.518 papeletas (33%), con un 65% de participación. En España, con una abstención del 40%, salió adelante la permanencia en la OTAN con el apoyo de 9.054.509 votos (57%) y el rechazo de 6.872.421 sufragios (39%). En un reciente barómetro del Instituto Elcano, centro de estudios estratégicos, la presencia en la Alianza obtuvo un respaldo del 80%. La posibilidad de participar en una intervención militar en Ucrania junto a la OTAN logró el apoyo de un 48% de los españoles.

Hace 36 años, los votos contrarios a la permanencia doblaron a los favorables en Euskadi. El PNV y el Gobierno vasco (el lehendakari Ardanza se mojó hasta las cachas) interpretaron la victoria del ‘no’ como un voto de castigo al Ejecutivo de González: basta que lo pida Madrid para que la gente lo rechace. También por el antiamericanismo rampante de la época. La izquierda abertzale arrimó el ascua a su sardina para traducirlo como un ‘sí’ a la soberanía nacional, ignorando la verdadera esencia de la consulta. Kepa Aulestia, entonces líder de Euskadiko Ezkerra, hizo una observación muy atinada al entenderlo como una desautorización del terrorismo. El ‘no’ incluía un rechazo al militarismo en general, también al de ETA militar, en aquellos años de plomo en los que se gritaba «la mili, con los ‘milis’» y «Gora ETA militarra». Siempre las contradicciones.