Cuando la incitación al odio se viste de inocente festejo

EDITORIAL EL MUNDO – 25/08/14

· Mientras Artur Mas trata de dar una pátina de constitucionalidad a su proyecto de consulta secesionista, recurriendo para ello al controvertido dictamen de un órgano consultivo, el independentismo pedestre demuestra su rostro más macabro. El pasado 17 de agosto, durante la Fiesta Mayor de la localidad barcelonesa de Cardedeu, una quincena de vecinos de disfrazados de trabucaires –«facciosos catalanes armados de trabuco», según la RAE– se apostó a primera hora de la mañana frente a la casa del concejal del PP Jaime Celada y simuló su fusilamiento con salvas. El edil asistió desde el balcón familiar al tiroteo figurado de su casa durante 15 minutos de fuego a discreción. Luego denunció los hechos ante la Policía Municipal, que identificó entre los fusileros a miembros locales de ERC, la CUP y la plataforma pancatalanista Òmnium; auténtico tridente del plan soberanista incoado por el presidente de la Generalitat.

Los trabucaires se escudan ahora en que estas salvas forman parte de los festejos, en busca de impunidad. Pero lo cierto es que existen motivos sobrados para advertir en este siniestro escrache una intencionalidad perversa, ante la cual ni las administraciones, ni los partidos, ni la sociedad catalana deberían permanecer impasibles.

Llueve sobre mojado porque la relación entre Celada y algunos de los más conspicuos separatistas de Cardedeu es tirante, y porque el concejal y su familia han sido amenazados e insultados en las redes sociales durante meses, desde que hace un año denunció en un juzgado una pintada independentista. También porque no es la primera vez que en Cataluña se finge el tiroteo contra el disidente haciéndolo pasar por un juego. Ya en 2012 una presentadora de un programa de TV3 fue obligada a dimitir por haber animado a un entrevistado a disparar contra las caricaturas de Don Juan Carlos y de nuestro columnista Salvador Sostres, entre otros personajes incómodos.

También entonces los instigadores de aquel simulacro apelaron a la libertad de expresión y calificaron de «broma» un comportamiento que, según el contexto, podría constituir –entre otros– un delito de incitación al odio y la violencia. Y también entonces falló la respuesta política en aras de la complacencia con los intolerantes. La alcaldesa de Cardedeu, la convergente Calamanda Vila, se ha limitado a llamar por teléfono al edil para trasladarle su solidaridad, en lugar de haber impedido la simulación del tiroteo o haber tomado cartas en el asunto y haber ordenado una investigación. Huelga decir que un cuarto de hora de disparos con trabucos en plena madrugada es tiempo suficiente para que los agentes de Cardedeu hubieran –como mínimo– identificado y disuadido a los autores de la broma.

No se puede ser condescendientes con este tipo de actos. Y menos en la antesala de un plan de referéndum ilegal cuyo desenlace puede enconar más la convivencia en Cataluña. Jaime Celada tiene motivos sobrados para sentirse acosado, amedrentado, intimidado, asustado y coaccionado porque la visita de los trabucaires a su casa es la respuesta del separatismo a sus posiciones y trayectoria política. Hay una denuncia en curso y cabe esperar una investigación hasta las últimas consecuencias. Estamos ante un hecho deleznable que, además, puede ser constitutivo de delito.

EDITORIAL EL MUNDO – 25/08/14