Los hechos acaecidos no deben ser minimizados. A los gritos de «Felipe González estás manchado de sangre» y «asesinos no sois bienvenidos», cerca de 200 jóvenes, gran parte de ellos encapuchados o con la cara oculta por caretas, rodearon el aula magna de la Facultad de Derecho. Aporrearon las puertas e intentaron tirarlas abajo para impedir la participación de González y del presidente de Prisa, Juan Luis Cebrián, en unas jornadas sobre Sociedad Civil y Cambio Global. Todo un comportamiento vandálico que debería ser investigado por la Justicia, dados los indicios de que pudieron cometerse varios delitos. Pero, además, lo que ocurrió ayer no constituye simplemente un problema de orden público, sino, sobre todo, un acto que viola el ejercicio de la libertad de expresión.
Inexplicablemente, no hubo una reacción política unánime. PP y Ciudadanos reprobaron sin paliativos los hechos: «Condeno el escrache totalitario que ha sufrido Felipe González en la UAM», tuiteó Pablo Casado ayer. «¿Esto es la anunciada vuelta a la calle a dar más caña y miedo?», se preguntaba. Se refería, sin duda, a Pablo Iglesias, quien recientemente ha defendido la estrategia de Podemos de movilizar a sus bases. «La libertad de uno acaba donde empieza la del otro», señaló Albert Rivera.
El PSOE también mostró su repulsa. Pero sus dirigentes fueron mucho más allá. Mario Jiménez, portavoz de la gestora, acusó a Pablo Iglesias de provocar el altercado. Remarcó que los violentos no hacían más que repetir las «consignas» que el líder de Podemos lanzó contra González durante el pasado debate de investidura de Pedro Sánchez. «Desconfíe de los consejos de aquellos que tienen manchado su pasado de cal viva», le había advertido.
Frente a estas posiciones, Podemos en un primer momento se puso de perfil y evitó pronunciarse al respecto. Y no fue hasta horas más tarde de producirse el boicot cuando Iglesias sorprendió a la opinión pública al intentar minimizar, sin pudor alguno, el alcance de los hechos rebajándolos a «una protesta estudiantil». Nada más lejos de la realidad. La gravedad de los insultos contra González y Cebrián y la virulencia del altercado lo contradicen. Lo que se necesita en unos momentos como éstos son dirigentes que rechacen la violencia sin ningún tipo de matiz, y no irresponsables que con su complacencia aviven el caldo de cultivo de los intolerantes. Las palabras de Iglesias son una legitimación de este tipo de ataques. Máxime si se tiene en cuenta el contexto de crispación que atraviesa la política española por la falta de acuerdos.
Lo sucedido no es una protesta estudiantil, sino un linchamiento como el que el propio Iglesias protagonizó siendo profesor contra Rosa Díez en 2010. Lo cierto es que en los últimos años, la Universidad viene dando signos de un preocupante deterioro moral. Políticos como Josep Piqué, José Mª Aznar o Albert Rivera también fueron sometidos a escraches en ámbitos académicos.
Sorprende la pasividad de las autoridades universitarias al permitir estas conductas, pero lo más lamentable son las actitudes impropias de una institución en la que debería primar la libre confrontación de ideas y el respeto hacia las personas.