Miquel Giménez-Vozpópuli
  • Volodímir Zelenski se ha dirigido al Congreso de los Diputados. Y yo he pensado de nuevo en ti

Más allá de las miserias humanas de los que ni siquiera otorgan a los ucranianos su aplauso, más allá de la egomanía de Sánchez, que odia que se aplauda a nadie que no sea él, más allá de que Zelenski se dirigía a la Cámara y debería haberle contestado la presidenta Meritxell Batet, o más allá de que debería haberle respondido el jefe del estado, mientras escuchaba las palabras cargadas de la amarga verdad que supone la invasión, mi cabeza evocaba ecos del pasado. De una juventud que parece haber sido vivida por otro.

Ecos de un verano en Odessa, el sol brillando cómplice sobre una melena de oro puro, ecos de cervezas, risas y besos por las calles de aquel puerto que hoy se ve apuñalado día tras día por los proyectiles rusos. Cómo tintineaba el cristal de las copas de vino en el Sophie Café al compás de tu risa, lo que nos costó recomponer la figura caminando por la Nekrasova Lane al salir – nos expulsaron, con razón, cuando cantamos a voz el dúo de Adina y Nemorino de L’Elisir d’Amore –, como me leíste traducidos los versos gigantescos, a la vez que delicados y frágiles, de Natalka Bilotserkivets, y cómo te pedí que las leyeras en tu lengua, el ucraniano, porque aunque no lo entendiera quería emborracharme con su música inteligible, hecha de piel. Aun me estremece leer “No moriremos en París” o “Central Hotel”, que en tus labios sonaban todavía más hondos, más desgarradores, más tristes, más poderosos y carnales.

Ucrania parecía haberse desposado con los cielos azules y creías estar dentro de un cuadro de Van Gogh, con los trigales inacabables de un amarillo casi irreal. Descubrí el poder que tienen los poetas. Más allá de consignas, en Ucrania aprendí que Federico, Miguel Hernández, Luis Rosales o Leopardi son mucho más que un ramillete de versos. Son la sangre que recorre nuestras venas, que laten al compás de nuestro deseo, del espasmo tras la pasión, y nos dan una fuerza que los tiranos jamás podrán dominar.

Zelenski en el Congreso

Por eso, al escuchar a Zelenski he pensado en ti, en aquel verano, en Irina Tsivila, que fue a morir al frente junto a su esposo, dejando atrás libros, fotografías, aulas. Hoy te recuerdo, os recuerdo, con unos versos de Natalka que me destruyen, porque te traen nuevamente a mi memoria:

En las ciudades donde el tiempo es incierto, el destino caprichoso nos reconoce, ahí donde puedes escuchar jazz por la noche y las campanas de los arcos góticos por la mañana, ahí donde los nenúfares florecen en los canales y la gente toma café y más tarde toma cerveza y las bicicletas de alegres colegialas vuelan como rebaños por dulces caminos.

Una cosa te prometo, allá donde estés. Volveremos a reírnos sin medida en los bares de Odessa, volveremos a cantar desaforadamente, a caminar abrazados, y lo celebraremos junto a todos los que creemos que la vida es luminosa, llena de belleza, de espíritu, de besos, de abrazos, de palabras cargadas de razones, de música y de pintura, que todo debe ser mejor. Volveremos, sí. El destino de los libres es el reencuentro. También volverán las bicicletas de las alegres colegialas. Nos va la vida en ello.

Ya Lyublyu tebe Svitlana. Slava Ukrayini! Heróyam slava!