Cuando llegue septiembre

ABC 17/07/15
IGNACIO CAMACHO

· Frente a la lista unitaria iluminada de trascendentalismo simbólico, los constitucionalistas van a concurrir por separado

EL Libro Gordo de Petete enseña que septiembre está antes de noviembre. Sin embargo, los dos grandes partidos nacionales, centrados en la disputa del poder en España, parecen contemplar las elecciones catalanas con un cierto desdén tal vez debido a las malas expectativas que en ellas albergan. El Gobierno, en concreto, ha decidido aplicar al penúltimo desafío soberanista una estrategia de ninguneo: se trata de unos simples comicios autonómicos, no demasiado diferentes a los de Murcia o Cantabria, y se ponga como se ponga Artur Mas, Cataluña no va a separarse de España. Todo ello es cierto, sin duda; empero, también se suponía que no iba a celebrarse en el pasado noviembre el referéndum-butifarra. Y se celebró, aunque con urnas de cartón, causando una convulsión lo bastante importante para cobrarse la cabeza de un fiscal general del Estado. Luego se puso en duda que el nacionalismo fuese a convocar su plebiscito indirecto y ahí está ya la lista única independentista, todo lo pintoresca que se quiera pero con su programa de «desconexión» (sic) y su consecuente calendario. Sí, de acuerdo, no habrá secesión pero si gana la candidatura que la promueve puede haber una declaración parlamentaria de independencia capaz de armar un lío más que notable. Y en todo caso, el secesionismo ha creado un marco mental y emocional de emancipación, un horizonte mitológico de destino manifiesto, ante el que el mantra abstracto del federalismo o el simple testimonio de la solidez institucional pueden resultar argumentos de muy dudosa eficacia.

Frente a esa propuesta unitaria iluminada por un trascendentalismo simbólico, las fuerzas constitucionalistas van a concurrir por separado y con poca convicción –salvo Ciudadanos, que atisba una formidable oportunidad de protagonismo– en su propio peso específico. Lo fían casi todo a que el magma populista de Podemos y sus marcas de confluencia dividan el voto radical que venía beneficiando a ERC y quiebren la posible mayoría secesionista. Tanto el PP catalán como el PSOE-PSC sienten muy poca confianza en sí mismos y con las generales a la vista no están en modo alguno dispuestos al mínimo acercamiento. En ese paisaje político resignado, mortecino y como desfondado, tiene Albert Rivera una cantera de materiales con los que construirse un pedestal sobre el que ondear la bandera del unionismo constructivo –mejor juntos, bettertogether– y una lanzadera de su propia candidatura a escala nacional. Nacional española, se entiende.

Porque aunque al bipartidismo le vengan muy a trasmano las elecciones catalanas de septiembre, en ellas se va a cocer una parte significativa del resultado de las de noviembre. Y también, por cierto, del de la investidura posterior en diciembre o enero. Precisamente porque Cataluña va a seguir en España, es menester demostrar cierta pasión en la defensa de la cohesión de ese proyecto.