- Un trampantojo huero. El pacto sobre la reforma laboral es truco de ilusionismo que frena a una Yolanda que se daba ya por ganadora
Quizás Yolanda Díaz no recuerda la frase angular de Eva al desnudo, aquella en la Bette Davis/Margot Channing, advierte a sus invitados mientras sube por las escaleras del salón, tonante como un emperador romano: «Abróchense los cinturones, va a ser una noche muy movida». Nadia Calviño, al igual que miss Davis, no es la guapa de la película. Ese papel le corresponde más bien a Díaz, su directa rival, que en esta función encarna a la ambiciosa Anne Baxter/Eva Harrington con inimitable desparpajo y soltura.
Calviño, como Davis, es más mayor, menos seductora y más bajita que Díaz, dulce y sonriente como Baxter, templada y adorable en cada una de sus representaciones. Igual acaricia la quijada granítica de Sánchez que le saca brillo a la despoblada azotea de Sordo ese inútil sindicalista valga la redundancia. Exhibe un «virtuosismo de arpía», diría Davis.
Llevan semanas dedicándose improperios sutiles, zancadillas estruendosas y hasta protagonizaron una carrera de codazos por las angostas y vacías calles de Trujillo, despojadas de paisanos por los escuadrones de La Moncloa para evitar pitos y susurros, digna de la feroz contienda entre carruajes en la escena final de Ben-Hur. Allí ganó Yolanda, más dispuesta al choque, más hábil ante las cámaras, más desenvuelta con los medios.
Sánchez prometió reformarla a Bildu, a Podemos y hasta a su anestesiada militancia en el Congreso de Valencia, apoteosis de la política lanar que se ha instalado en las zahúrdas de Ferraz
Largas semanas ha durado la disputa frontal entre ambas vicepresidentas por la reforma laboral que aprobó Mariano Rajoy hace casi diez años. Una quiere, la otra no. Bruselas la defiende, salvo alternativa mejor, por lo tanto no hay más que hablar. Pedro Sánchez prometió reformarla a Bildu, a Podemos y hasta a su anestesiada militancia en el Congreso de Valencia, apoteosis de la política lanar que se ha instalado en las zahúrdas de Ferraz y alrededores.
En este país de psicólogos que reponen rollos de papel higiénico en el Día y de matemáticos que ejercen de operadores de callcenter, el currículum académico goza de una inconcebible importancia. Así nos va. Metidos en ese jardín cabría recordar que la esposa del presidente es directora de una cátedra extraordinaria en la Complutense sin haber alcanzado siquiera el título de licenciada. Pues bien, en esta contienda de damas, está bien claro quién es la ganadora. Yolanda Díaz estudió Derecho, ha sido teniente de alcalde de su pueblo, diputada en el parlamento regional y de ahí pasó ya a la condición de ministra y a la actual de vicepresidenta por antojo del dedo absoluto de Pablo Iglesias, el macho alfa periclitado.
Nadia Calviño, sin ser ese esplendoroso mix de Monnet y De Gasperi que algunos nos vendieron, ha desarrollado puestos de relevancia y responsabilidad en altos despachos de la UE, donde ejerció de directora general de Presupuestos durante cuatro años y degeneró finalmente en vicepresidenta tercera, segunda y primera, progresivamente, de los diferentes Gobiernos de Sánchez. No hay color, en la comparanza, cabría subrayar.
Sabido es que en la política nacional poco importa ya el esfuerzo, el currículo, los estudios, la formación académica y la experiencia profesional. Ahí los casos de Ione Belarra e Irene Montero, vice la una, ministra la otra. ¿Y por qué?. La respuesta desvelaría todas esos interrogantes que rodean a nuestro actual estado de postración, tanto económica como moral. El país de Europa que peor está emergiendo de la crisis pandémica pese a haber sido uno de los que implantaron medidas más drásticas -casi carcelarias- durante los primeros envites del contagio. Dos sentencias del Supremo, que Sánchez ha despreciado como si fueran esos chistes bobos de Iceta, así lo evidencian.
Harta de las marrullerías y bravuconadas de Yolanda Díaz, que incluso lanzó una proclama incendiaria, estilo Gladiator, a complacidos sindicalistas de CC.OO. que le jaleaban al grito de ‘presidenta, presidenta’, Calviño dio un puñetazo en la mesa y señaló, en la cumbre del G-20 en Roma, los cuatro puntos imprescindibles de la mandita reforma. La temporalidad, los convenios colectivos (la cláusula de descuelgue es la clave), la flexibilidad estilo ERTE y la regulación de subcontratos. Es el compromiso que se remitió a Bruselas. El problema es que Sánchez le había prometido lo contrario a su vicepresidenta comunista. Y hasta lo había firmado en el pacto de coalición de Gobierno. De ahí el lío, la tensión y hasta las trompadas. Dos reformas antagónicas a la vez…y no estar loco.
Yolanda ha introducido en el texto final la palabra ‘derogación’, su gran empeño de cara a la masa sindical y Calviño introduce a la CEOE como pieza fundamental para suscribir cualquier cambio legal
Parecía Díaz tener las de ganar hasta que el trompetazo romano de Calviño tensó la situación hasta las lindes de la fractura. Entonces Sánchez, para evitar un estropicio, se apeó de su columna cesarista y montó un convite a cinco en La Moncloa del que emergió un documento que nada aporta a la solución del diferendo y permite a las dos madames salvar sus compromisos y hasta su reputación. Yolanda ha colado en el texto final la palabra ‘derogación‘, su gran empeño de cara a la masa sindical y Calviño condiciona la anuencia de la CEOE como pieza fundamental para suscribir cualquier modificación sustancial. Un trampantojo, una patada a seguir, mero ilusionismo hasta que tanta palabrería inútil cobre cuerpo en un texto legal. Esa es otra historia.
Yolanda Díaz, aclamada en las encuestas, aplaudida en los medios, piropeada en las tertulias, estaba ya a punto de convertirse casi en la futura presidenta del Gobierno. Tal era su empuje, tal el irrefrenable ritmo de su ascenso hacia la gloria. Tras imponerse por goleada en el aeropuerto de El Prat y en el salario mínimo, necesitaba una victoria rotunda e incontestable en el pleito de la reforma laboral, su guerra más preciada. A punto estaba de conseguirla hasta que se le cruzó Calviño, tan menuda y coriácea como un armadillo, con toda la artillería europea detrás, y le echó el freno. Ahora todo vuelve a empezar mientras Sánchez se lo piensa. Calviño, la eficaz cancerbera, una drástica secante al pretendido sprint de Yolanda, toda prisas, acelerada, atacada de urgencias. Un bloqueo en toda regla.
Las garras y el Oscar
Estas últimas horas, el equipo de Yolanda vende con fruición su apoteósico éxito, su triunfo inapelable en la reunión de Moncloa, una horita de nada para concluir aún menos. Farfolla y hojarasca. La reforma laboral será la que Bruselas admita y la CEOE suscriba, es decir, la que viene reclamando Calviño.
Ni Anne Baxter ni Bette Davis consiguieron el Oscar a la mejor actriz en Eva al desnudo (All about Eve). Ambas se neutralizaron en un pulso yermo y fatal. La Academia se lo concedió Judy Holliday por Nacida ayer, un Cukor menor que pasaba por allí. «Está bien que tengas las garras afiladas Eva, pero no consentiré que las afiles en mí», sentenció miss Davis antes de que bajara el telón.