TONIA ETXARRI-EL CORREO

Hace ya tiempo que las sesiones de control del Congreso al Gobierno se han vuelto inútiles porque no cumplen su cometido. Ya se sabe. La oposición pregunta y el presidente no responde. Pero ayer Pedro Sánchez saltó otra línea roja al mofarse de los agentes policiales que se desplegaron en Cataluña para cubrir el referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017 llamándoles como lo hacen los secesionistas. Una burla que indignó a la oposición e incendió las redes sociales. Él solito se metió en ese charco en su obsesión por demostrar que está haciendo las cosas mejor que el PP.

Todo un presidente de Gobierno usando la misma jerga de los secesionistas cuando se burlaban de la policía, esos días, llamándoles «piolines», en alusión al barco con ilustraciones infantiles donde estuvieron alojados porque no se les quiso acoger prácticamente en ningún hotel, debido a la presión ambiental. Esa calificación despectiva ayer la hizo suya Pedro Sánchez en su afán por transmitir que él está apaciguando a los secesionistas catalanes. Indultando a los condenados por secesión, entre otras cosas. Pero el comodín de la supervivencia le jugó una mala pasada. Porque lo único que consiguió fue ofender a la Policía. Haciendo amigos. Craso error. Se pasó de frenada. «Ya solo le falta hablar de ‘txakurras’» (término con el que el mundo de Batasuna ha denominado a los policías y que significa «perros»), se lamentaban ayer funcionarios que consideraban que el traspié del presidente había supuesto una denigración de los agentes. Porque, entre otras cosas, tenían como misión impedir la celebración de un referéndum ilegal sobre la independencia. Por orden judicial. Ni el intento de justificación del ministro Grande Marlaska (que no se refería a los policías sino a las condiciones en que convivían los agentes en los barcos) logró aplacar el enfado del PP, Cs y Vox.

Pero Sánchez no repara en sus meteduras de pata en este último tramo de su carrera hiperventilada. Muy desbordada tiene que andar la brújula de La Moncloa cuando recurre a la exhumación de conversaciones entre el excomisario Villarejo y dirigentes del PP de hace casi una década para vincular a la derecha con la corrupción. Un ardid poco eficaz a estas alturas. Ya lo hemos visto en las elecciones de Madrid y en las de Castilla y León. Pero insisten. Las conversaciones no aportan nada, como reconocía sin sonrojarse la portavoz del Gobierno, Isabel Rodríguez, «pero ponen los pelos de punta».

No sabremos cómo se le pondrían los pelos a esta ministra si volviera a escuchar las grabaciones de Villarejo con la fiscal general del Estado, Dolores Delgado, cuando ésta le aplaudía la idea de haber creado una agencia de modelos mujeres «para sacar información vaginal». Pero no son los audios que interesan airear en Moncloa. Están en precampaña. Aún así, Sánchez debería pedir perdón a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Porque les faltó al respeto.