Ferrer Molina, EL MUNDO 04/01/13
Un día, ya ha llovido desde entonces, un realizador de TV3, desde la soledad de la pecera, decidió que se hurtase a los televidentes la única imagen que mostraba el fuera de juego en el gol que clasificaba al Barça para la siguiente ronda de la Copa de Europa. Sin saber muy bien por qué, a partir de entonces los cámaras empezaron a recrearse en detalles que presentaban como toscos y antideportivos a los rivales y pasaban por alto las imágenes conflictivas de los barcelonistas.
Hace muchos años, un profesor de la Universidad de Bellaterra colocó en uno de los ventanales de su departamento, justo el que daba al pasillo, una pegatina a favor de la independencia. No se retiró y, con el tiempo, el cristal se llenó de adhesivos. Le siguieron las paredes de otras dependencias del centro.
Un día de trabajo cualquiera, cuando se iniciaba el doblaje de películas al catalán, un director de actores optó por que todos los personajes hablaran en catalán salvo los chorizos y el lumpen, que debían hacerlo en castellano. Si a alguien le molestó, no hay noticia de que se opusiera.
Antes siquiera de los Juegos de Barcelona, un funcionario de la Guardia Urbana, de vuelta a su despacho tras el almuerzo, redactó una instrucción en la que sugería a los agentes que no emplearan el catalán en el momento de multar a los conductores. Sólo en ese momento. Apenas hubo revuelo.
Una lejana mañana de verano, un concejal de un pueblo del Baix Llobregat presentó una iniciativa para dedicar una de las calles del pueblo a un terrorista de Terra Lliure condenado por asesinato. A la mayoría de concejales les pareció bien.
La noche de la final del Mundial de Sudáfrica, un monitor de uno de los campamentos de verano de la Generalitat prohibió a los niños conectar los televisores. Las autoridades bendijeron la medida.
Ayer, Boadella confesaba que ya no puede caminar por Barcelona: «Venid a pasear conmigo un cuarto de hora y os daréis cuenta de lo que sucede».
Cuando en el juicio se preguntó a un carcelero de los Jemeres Rojos, un tipo normal y corriente condenado por miles de crímenes, por qué se prestó a ser una pieza más del engranaje del terror, se encogió de hombros y repuso: «Ni mi fuga ni mi rebelión habrían ayudado a nadie».
Ferrer Molina, EL MUNDO 04/01/13