Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 6/1/12
E n el momento en que usted abra este periódico, ya Melchor, Gaspar y Baltasar habrán dejado en los hogares españoles su carga de fantásticos regalos para toda la tropa menuda que los ha esperado durante un año con la ilusión irrepetible de la infancia.
Pero hay otros Reyes Magos, a quienes hoy -¡qué mejor fecha!- quisiera rendir yo desde aquí público homenaje: los que ayudan cada día a los que han dejado de ser niños hace quince o incluso veinte años. Me refiero, claro está, a los padres y en general a las familias gracias a las cuales mucha gente individualmente, y la sociedad española en su conjunto, han podido evitar que, tanto la actual crisis económica como otras que hemos vivido antes de ella, hayan acabado por tener un efecto devastador sobre la estabilidad personal de los parados y sobre la propia estabilidad política y social del país entero.
Y es que, cuando vienen mal dadas, los padres -en realidad, toda la familia donde, como en España, esta sigue siendo una gran célula de solidaridad- actúan como los Magos, no solo el 6 de enero, sino el año entero. Las familias se convierten, entonces, para quien no tiene trabajo, o tiene uno en el que gana una miseria, o trabaja solo de forma ocasional, o pierde su empleo y se queda a cargo de sus hijos, en la tabla de salvación que permite seguir adelante, mantener la dignidad, evitar el caos económico e incluso personal y hacer frente con cierta serenidad a esa inmensa tragedia que el ahora supervisor de nubes nos ha dejado como herencia envenenada: cinco millones de parados.
¿O es que alguien se cree que podríamos vivir con esa calamidad social insoportable si no estuviesen, detrás de los parados, sus familias dando toda la cobertura que cada una puede buenamente y es del caso? ¿Qué harían, sin sus padres y sus restantes familiares, ese cuarenta y tantos por ciento de jóvenes que no logran entrar en el mercado de trabajo?
Es verdad que no todas las familias son iguales y que de ellas es justo decir lo que escribió Tolstói en la apertura de ese portento de belleza literaria que es Anna Karenina: que todas las familias dichosas se parecen y que las desgraciadas lo son cada una a su manera.
Pero ni siquiera esa realidad debe servir de coartada para regatear el mérito de esos padres españoles que, quitándose el pan de la boca (incluso literalmente, cuando ello es necesario), hacen frente a las necesidades de los hijos caídos en desgracia por la crisis. Tanto es así, que en realidad nuestro Estado de bienestar tiene una pata más de las tres que suelen señalarse: la sanidad, la educación, la protección social… y la familia. No llevan barbas, ni sacos a la espalda, ni vienen en camello, pero muchos padres hacen durante todo el año lo que los Reyes Magos la noche del 5 al 6 de enero.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 6/1/12