Eduardo Uriarte-Editores

Fue más clemente Arzalluz cuando declaró dejarnos como alemanes en Mallorca a los vascos que no comulgábamos con el independentismo. Sánchez es más brutal con los españoles no afectos a su persona, a los que anuncia les va a levantar un muro. Es tal el odio sectario que rezuma tal declaración que ni siquiera los nazis fueron tan explícitos cuando iniciaron su política de segregación contra todos aquellos que convirtieron en enemigos de su ideario supremacista. Luego, más tarde, mostraron hasta donde llegaba su poder dictatorial, pero aquí se avisa desde el principio. Dirán que unos eran de derechas y otros de izquierdas, dejemos esa división, bajo la ideología común del populismo todos ellos coinciden en ser actores del decisionismo que teorizara Carl Schmitt. Lo aprendí de joven, la práctica acaba determinando la ideología, y, de nuevo, ésta a la práctica.

Así y todo, coincido con mi admirado Muñoz Molina de que esto no es una dictadura, pero, no se quede tranquilo, se  empieza a decir y hacer cosas que nos encaminan a ella. Empieza a atufar a ella. Y que no se le ocurra decirme que no reconoco la diferencia que existe entre una dictadura y una democracia. Además, tengo muchos compañeros de la beca que nos ofreció Instituciones Penitenciarias en tiempos del Caudillo -el muerto, no el que está en ciernes-, que coinciden conmigo. Porque esto que empieza con la ley de amnistía, el lawfare, las alianzas con totalitarios nacionalistas y ácrata-comunistas, y que venía de antes con la colonización de los contrapoderes del Estado, y gobernando mediante decretos, constituyen suficientes argumentos para que nosotros, que sabemos más por viejos y por nuestras derrotas que por listos, abandonemos el bando de los serviles. Pues sí, esto empieza a convertirse en una dictadura, porque sólo a un líder de tal calaña se le ocurre, solo por la ambición del poder, enfrentar a un país de la manera como lo está haciendo.

Casos como el de mi admirado autor –Tout va très bien, Madame la Marquise… se acabó cantando con ironía en la Francia ocupada- se dieron cuando el monstruo del fascismo se desperezaba en toda Europa, pues muchos buenistas bien intencionados no querían creerse lo que se les venía encima. Aquí, hasta Jueces por la Democracia se ha empezado a dar cuenta de las arbitrariedades que gasta nuestro presidente. Ya le llegará la conciencia de lo que pasa, pues el fantoche de Vox no da para encubrir tanto atropello democrático en nombre del progreso, ni la lucha de clases algo que cuadre con jueces, más si se llaman “por la democracia”.

Azaña que conocía muy bien la historia de las diferentes repúblicas francesas, pues la reforma del Ejército que impulsó estaba inspiraba en el estudio que realizó de la Tercera República, la del espíritu de la concordia, contradictoriamente imitó en su práctica a la Primera Republica y a la Segunda, las revolucionarias, y así acabó, pidiendo paz, piedad y perdón tras haber participado en un proceso que nos arrastró a la guerra civil. El gobierno que acaba de designar Sánchez es más un Gobierno de activistas y propagandista, con Talleyrand y Fouché, dirigido a levantar el muro del enfrentamiento que a gestionar con parámetros liberales y republicanos, es decir, democráticos, una nación de ciudadanos. A pesar de que la mentira del diálogo engatuse a monaguillos -diálogo con secesionistas e izquierdistas populistas, no con demócratas-.

Volvemos a lo que creímos superado por la amnistía del 77 y la Transición, volvemos a las dos Españas que explotaron en la República en una guerra que dejó secuelas de cuarenta años. A la vuelta, a la reacción, se le llama progreso.