ABC 29/05/14
JAIME GONZÁLEZ
Guerras aparte, convendría situar los orígenes de la descarnada decadencia que asuela al PSOE, un partido víctima de sí mismo a causa del fatídico proceso de dilución que empezó con Zapatero. Todo comenzó con aquella «segunda transición» –revisionismo histórico, lo llamaron algunos– que el expresidente del Gobierno ideó a partir de 2004 para romper el espíritu del pacto –un milagro de conciliación entre la izquierda y la derecha– que abrió las puertas de la democracia.
En la alianza estratégica con el nacionalismo, el socialismo empezó a cavar su propia tumba, al abdicar por un plato de lentejas de ese carácter vertebrador que estaba en su ADN. Hubo un tiempo en que el PSOE era un partido concernido con la idea de España; hoy defiende un mejunje: un concepto de nación licuado y carente de espíritu que provoca melancolía y nostalgia casi a partes iguales. En su afán por perpetuarse en el poder, Zapatero trituró cualquier tipo de consenso que no encajara con esa visión gelatinosa del Estado. Consistía, simplemente, en dejar hacer a los que no se sentían cómodos dentro del marco constitucional, con tal de que colaboraran en mantener sometido al PP, que no era solo un partido, sino la expresión de millones de españoles a los que se quiso convertir en convidados de piedra.
La economía desbarató la estrategia del zapaterismo y los nacionalismos –catapultados por la mano ancha de un PSOE en horas bajas– aprovecharon para tomar posiciones a la espera de dar el definitivo salto. Lo que vino después fue el derrumbe de un partido que, reventado por la crisis, se quedó sin coordenadas . Desprovisto de una idea de España, fruto de su cohabitación durante años con formaciones independentistas de la izquierda más extrema, al despertar descubrió que había vendido su alma al diablo. Estaba derrotado y desnudo.
¿Y ahora qué? Sencillamente, no lo sé, porque los efectos del zapaterismo han sido devastadores. Carme Chacón, Eduardo Madina o Patxi López llevan encima el perfume de ese PSOE que borró las huellas de aquel otro PSOE con identidad nacional. Que Susana Díaz –reconociéndole el mérito de haber reactivado el granero socialista andaluz, en colaboración con un PP incapaz de trasladar un ápice de esperanza de cambio– se erija en firme alternativa a suceder a Rubalcaba no deja de ser la constatación de esa decadencia que ha convertido al partido que pilotó la transformación de España en una sombra de sí mismo.