IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Cuarenta y un nombramientos y diecinueve ceses lleva Sánchez en un quinquenio. Demasiada gente para tan escaso éxito

Sólo desde una cierta rutina política y periodística cabe llamar «crisis» al insignificante reajuste de un par de ministerios. Crisis, y de consecuencias importantes, sería si se hubiese llevado por delante a Belarra y/o Irene Montero, pero todo el mundo sabe que Sánchez no puede tocar las carteras de Podemos ni cabrear a Iglesias ascendiendo a Yolanda Díaz –«presidenta segunda» según el lapsus de Patxi López– en el escalafón interno. Así que se ha limitado a cambiar a dos ministras cuya gestión (?) puede resumirse en un par de líneas sin grandes aprietos, y ello porque no tenía más remedio al haberlas designado candidatas a sendos ayuntamientos. Con todo, son ya cinco remodelaciones del Gabinete las que ha llevado a cabo en algo menos de un quinquenio, lo que se traduce en diecinueve ceses y cuarenta y un nombramientos. Así a bote pronto –sin levantarse a mirarlo, que diría Umbral– puede tratarse de un récord. Y en todo caso es mucha gente para tan escaso éxito.

En esta ocasión, y dado que a la legislatura le quedan nueve meses escasos, el expediente bien podría haberse resuelto con la promoción de un par de secretarios de Estado capaces de dar continuidad al trabajo (otra vez interrogación) que haya quedado pendiente de despacho. Así es costumbre cuando hay bajas en un Gobierno a punto de rendir mandato. Pero en la nueva política los ministros no se ocupan de gestionar sino de hacer propaganda partidista, es decir, de ir por ahí de acto en acto, de entrevista en entrevista, repitiendo al pie de la letra argumentarios y consignas como vendedores de enciclopedias en visitas a puerta fría. Así están haciendo carrera la portavoz Isabel Rodríguez, dedicada a insultar a la oposición en sus teóricas comparecencias informativas, y hasta una Nadia Calviño reconvertida en divulgadora de la doctrina sanchista con notable detrimento de su credibilidad como responsable de Economía.

Los sustitutos de Darias y Maroto son dos caballeros (¡¡paridad!!) de perfil discreto y semianónimo, esa clase de hombres de partido siempre disponibles para coser cualquier roto. A Héctor Gómez le quitaron la portavocía parlamentaria porque chillaba poco –no como Patxi–, era demasiado cortés y su suave acento canario le rebajaba el tono. El presidente necesitaba en su lugar a un tío de Baracaldo, mozo bravo dispuesto a vilipendiar a grito pelado a quienes lo hicieron lendakari sin pedir nada a cambio. Miñones, el nuevo titular de Sanidad, es farmacéutico con premio extraordinario y su llegada desde Galicia pinta a forja de un candidato para un territorio donde el PSOE no para de coleccionar fracasos. Pese al tiempo limitado, ninguno tiene la tarea demasiado cuesta arriba. No debe de resultar difícil mejorar el alirongo de las mascarillas y el sainete de la navajita. Eso sí, la prometida auditoría del Covid está pendiente desde antes de que se marchase Illa.