Francesc de Carreras-El País
En la política española falta saber formular propuestas, encajar renuncias y mostrar respeto mutuo en las diferencias
A cuatro días de las elecciones, se ha escuchado más ruido y furia en mítines, debates y declaraciones que reflexión sosegada sobre los problemas de fondo que afronta España. Aunque poco tiempo queda, quizás es momento de reflexionar sobre los verdaderos temas que deben inclinar nuestro voto en uno u otro sentido para que se decante por razones de seriedad y rigor más que por impulsos emotivos y primarios. ¿Cuáles son, a mi parecer, estos problemas de fondo?
En primer lugar, debemos volver a Gobiernos parlamentariamente sólidos, sostenidos por una mayoría coherente que haya sido capaz de elaborar un programa político para desarrollar durante toda una legislatura, es decir, cuatro años. Lo más probable es que ningún partido obtenga la mayoría absoluta y, por tanto, sea imprescindible proceder a pactos parlamentarios en los que sea más importante la coherencia de un programa político común que el número de diputados.
Estos pactos solo son eficaces entre partidos ideológicamente próximos; lo hemos visto en la moción de censura de la que resultó investido Pedro Sánchez: la ilusión ha durado justo ocho meses, como ya era de prever. La voluntad no lo puede todo en política si no se combina con la inteligencia. Pero la inestabilidad gubernamental viene de más lejos, desde las elecciones de fines de 2015: otros cuatro años de Gobiernos débiles e ineficaces podrían resultar letales.
En segundo lugar, ¿para qué se necesitan Gobiernos sólidos y coherentes? Por supuesto, para hacer frente, entre otros varios, a dos graves problemas.
Primero, el económico, inescindible del social. ¿Queremos seguir remontando la crisis que empezó en 2008 y, en cierto sentido, aún no ha terminado e, incluso, empieza a rebrotar, no solo en España sino en el mundo, con peores perspectivas que hace una década? ¿Queremos mantener las instituciones del Estado social (es decir, los niveles de sanidad, seguridad social, enseñanza, pensiones) y reducir la desigualdad que es causa de creciente malestar social? Ambos aspectos, económico y social, deben afrontarse con rigor: reducción de la deuda pública, reforma del mercado laboral, aumento de la productividad, entre muchos otros. El segundo problema es el de la insurrección catalana, política y civil, que probablemente empeorará cuando se pronuncie la sentencia pendiente y requiere, para solucionarlo en lo posible, firmeza en los acuerdos entre partidos constitucionalistas. Todo ello exige un plan global producto de un gran pacto.
Precisamente, esto último es lo que falta en la política española: cultura de pacto. Saber formular propuestas y encajar renuncias, mostrar respeto mutuo en las diferencias, amplias miras en lugar de regate corto. Es decir, falta todo aquello que está en la base del parlamentarismo y que ante la fragmentación de las Cámaras todavía no se ha entendido.