EL ECONOMISTA 27/01/14
· NICOLÁS REDONDO TERREROS, PRESIDENTE DE LA FUNDACIÓN PARA LA LIBERTAD
· A fin de cuentas, estos 50 años han demostrado que el aislamiento no ha funcionado. Ha llegado la hora de un nuevo enfoque», Obama en su histórica intervención sobre el inicio de un nuevo modelo de relaciones con Cuba.
«Hemos resuelto declarar un cese unilateral al fuego y a las hostilidades…», declaración de las Farc, que sin duda fortalece la negociación por la paz en Colombia, iniciada hace un tiempo por el Gobierno colombiano y los grupos terroristas de aquel país.
Dos noticias que tienen un origen y una repercusión simbólica y política distinta, pero que abren un nuevo tiempo en Iberoamérica. La «nueva relación» de EEUU con Cuba habrá dado la vuelta al mundo, debido en parte a la fuerza icónica que para muchos tuvo la revolución cubana y sus personajes -la lucha de David contra Goliat siempre ha tenido un gran poder de atracción y en no pocas ocasiones ha encubierto desmanes e injusticias-, pero también porque inicia el camino hacia el final de un régimen sin libertades individuales, sociales y económicas, y ese predecible final no deja de ser un espectáculo en directo apasionante y morboso a la vez.
Será un periodo de tiempo vestido de melancolía y frustraciones. La melancolía provocada por lo que pudo ser, por lo que quisimos que fuera, por lo que lucharon tantos cubanos dentro y en el exilio, y lo que inevitablemente será. El deseo, los sueños, la utopía y la realidad por un lado, y las limitaciones humanas y los intereses contrapuestos por otro, han entrado en el último asalto de un combate del que sabemos quién es el ganador.
Ya va para cuarenta años que vivimos algo parecido en España. El dictador murió en la cama y frustró a una izquierda que desde entonces ha intentado ganarle en una lucha sin sentido con un pasado que no puede modificar, pero también a una derecha que, con las mismas notables e inteligentes excepciones que la izquierda, consiguió una emancipación avergonzada y post-mortem. El futuro no fue de los rupturistas, ni de los exilados, ni de los antifranquistas más combativos; tampoco lo fue de los nostálgicos del régimen, ni de los que velaron al general en los lóbregos pasillos del Pardo en el final de sus días.
Aquel presente lo hicieron la mayoría de los españoles con su pragmatismo, su esperanza y su ilusión. Lo conseguido se construyó sobre unas bases complejas, preñadas de contradicciones, de intereses diversos y de anhelos en combate. Y justamente esa abigarrada realidad dio empuje y estabilidad a la nueva etapa iniciada en España. El problema no está ni estuvo nunca en cómo lo hicieron los protagonistas de la Transición, sino en que posteriormente no supimos embellecer el resultado; nos detuvimos en los errores, en los defectos, en las lagunas, y no resaltamos suficientemente lo que tuvo de extraordinario aquel periodo. Como siempre, nos empezamos a aburrir antes de terminar.
Importa lo que piensen los cubanos en el exilio y los más combativos en la isla, sobre todo desde un punto de vista ético, a los que tal vez sería excesivo pedir pragmatismo y rebeldía a la vez. Pero sobre todo importa la mayoría, que tal vez con menos épica, sin grandeza -a las mayorías no se les puede pedir grandeza, se la deben prestar las minorías-, sabrán encontrar el camino de la libertad.
Un salto en la historia
Como en otras ocasiones, la historia da un salto debido no a la fortaleza de los protagonistas, sino a su debilidad: Obama, en el final de su mandato ve en el acuerdo una posibilidad de pasar a la historia por algo distinto a una guerra o a la lucha contra el islamismo fundamentalista, combatido contradictoriamente por su administración; logra al final un legado que le diferencia de su predecesor, verdadero impulso de su acción política. Los Castro se encuentran en sus horas postreras, derrotados por la imposibilidad de perpetuar el régimen comunista. Dos debilidades dan como resultado una oportunidad para Cuba y para los cubanos.
Los asuntos de Colombia no tendrán la repercusión planetaria que sin duda tiene el nuevo tiempo cubano pero, teniendo en cuenta la importancia económica del país, será un hito que trascienda las fronteras colombianas y tendrá repercusiones positivas en toda Iberoamérica. La combinación de las dos noticias propone un perdedor claro: Venezuela, o mejor dicho, el régimen chavista de Maduro, cada vez más arrinconado e insignificante, más si se tiene en cuenta la crisis económica que ha provocado la bajada de precios del petróleo.
Y con su derrota, que veremos a medio plazo, se abre una nueva oportunidad de iniciar la revolución necesaria en el Cono Sur. Esta revolución no es militar, ni económica, ni social, consiste en fortalecer las instituciones democráticas, reduciendo los escandalosos márgenes de arbitrariedad que existen aún en Iberoamérica, consiguiendo que los malos gobernantes -nadie puede presumir de no tenerlos nunca- causen el menor daño a sus ciudadanos.
No puedo terminar el artículo sin pensar apesadumbrado en el escaso papel que en ambos escenarios ha jugado la diplomacia española, siempre prisionera de un verbalismo ineficiente y carente de ese pragmatismo necesario para estar donde se debe estar, aunque ese esfuerzo nos obligue a sacrificios, y de la perseverancia que requieren asuntos que no se solucionan en un día, ni con grandes palabras, ni con el orgullo de Don Juan como estandarte. La próxima cita a la que no acudiremos será en Guinea, aunque uno siempre espera que le sorprendan.