IÑAKI EZKERRA-EL CORREO

  • La cercanía sentimental de España no ha jugado un papel exactamente positivo

El amor no lo puede todo. En el destino fatal que le ha tocado a Cuba -esa pesadilla en que se convirtió su sexagenaria Revolución-, uno no tiene la certeza de que la cercanía sentimental de esa bella isla con España haya jugado un papel exactamente positivo. En estos días, se han intentado acallar las críticas de Casado a ese régimen comunista recordándole un tuit en el que Rajoy dio su pésame al Gobierno cubano por la muerte de Fidel Castro y calificó a éste de «figura de calado histórico». Al parecer no sólo estamos ante ‘el pensamiento tuit’ sino también ante ‘la tuit-memoria’. Y es que la historia de la derecha española tiene más guiños a Fidel que la de la izquierda. En 1992 y en su Galicia natal, Fraga se sacó una foto jugando al dominó con el comandante que eclipsó la foto de éste en la Expo de Sevilla. Un año antes, Castro había recibido en La Habana al fundador de Alianza Popular con honores de jefe de Estado. Y, antes de someter a referéndum la Constitución, en septiembre de 1978, Suárez había inaugurado esa tradición de visitar oficialmente la isla que imitaría Felipe en 1986. Pero hay más: cuando murió Franco, Castro decretó en Cuba tres días de luto oficial. Pagaba así la extraña empatía que le había unido al dictador español y que se tradujo en hechos bien gráficos, como la negativa de éste a secundar el bloqueo estadounidense.

Sí; por encima de las filiaciones políticas, Cuba nos es emocionalmente cercana. Por esa razón los vídeos que nos llegan estos días de una infame violencia contra su población nos afectan de una manera especial. Pero no estoy convencido de que ese sentimiento de afecto haya sido útil políticamente para los cubanos, y de que no haya servido para lo mismo que hoy sirven los eufemismos de nuestro Gobierno: para evitar la condena de un régimen y una ideología que aún hay quienes, dentro del propio Gabinete sanchista, se empeñan en absolver y hasta en santificar. Porque no es sólo que resulte condenable la represión que hoy ensangrienta Cuba. Son condenables el sistema y la doctrina que generan esa represión. No es que Yolanda Díaz evite usar la palabra ‘dictadura’ por tibieza. Es que no cree que lo de Cuba sea una dictadura. Es que pertenece al Partido Comunista. Es que una condena en sus justos términos de lo que hoy pasa en esa isla del Caribe desbarata toda la estrategia gubernamental de flirteos con el eje populista latinoamericano.

El amor no basta, no. Entre unos y otros, entre los enamorados de Cuba y los enamorados del comunismo, les hemos hecho la pinza a los cubanos. Pero, si nuestros lazos amorosos sirvieron para justificar lo injustificable, creo que ya es hora de que sirvan para algo bueno.