IGNACIO CAMACHO-ABC
- Perdido el poder territorial casi por completo, la supervivencia del sanchismo depende de que conserve el Gobierno
EL votante socialista medio vive estos días en una contradicción sobre la gestión de su sufragio. Un voto que emitió, no obstante, con plena conciencia de la trayectoria y antecedentes del líder que iba a administrarlo y que, cosas de la condición humana, con casi toda probabilidad repetiría en el caso de una vuelta a las urnas en enero de 2024. Ello no parece impedirle un cierto debate interior entre el sentido ético y el pragmático. Según una reciente encuesta de Metroscopia, a un sector mayoritario de ese electorado le repugna la amnistía a los golpistas catalanes pero a la vez desea que su partido favorito continúe gobernando. Sucede que, como no es posible soplar y sorber a un tiempo, es Sánchez el que tiene en su mano la facultad de priorizar uno u otro deseo. Y aunque de momento guarda silencio nadie ignora que sus intermediarios están negociando la amnistía en secreto. Y que será promulgada si hay alguna posibilidad jurídica de llevarla a efecto.
El argumento que baja desde Moncloa a las bases gira en torno al poder como premisa suprema. Y más o menos viene a recordar que el PSOE ha perdido los principales ayuntamientos, muchas diputaciones y todas las autonomías salvo tres más bien pequeñas, de modo que si pierde también el Gobierno de la nación se quedará a dos velas con serio riesgo de irse a hacer puñetas ante una hegemonía descomunal de la derecha. La repetición de las elecciones, que es la salida que González, Guerra y otros exdirigentes defienden sin decirlo de forma abierta, entraña demasiadas contingencias. Equivale a lanzar al aire una moneda sin garantías de que no vuelva a caer de canto y deje intacto el problema. Así las cosas, cuando el presidente proclama que va a consagrarse a la investidura «en cuerpo y alma», como en aquella novela médica de Maxence van der Meerschs que leyeron tantas familias de los 60 y 70, significa que está dispuesto a buscar el apoyo de Puigdemont al precio que sea.
Si ese precio es el borrado de la insurrección habrá, como ante los indultos, una ola de rechazo. El sanchismo calcula, sin embargo, que al cabo de un tiempo habrá amainado y luego el olvido, la amnesia social, hará su trabajo y la factura será leve dentro de un par de años o los que alcance a durar el nuevo mandato. Puede salirle bien: tampoco la pandemia tuvo su catarsis, salvo en Madrid porque hubo comicios adelantados. Cosa distinta es que logre sacar el plan adelante. La contestación interna es fuerte y va a arreciar porque los disidentes siguen organizándose; algunos juristas de confianza advierten de significativas dificultades legales y no hay seguridad de que un desenlace de compromiso satisfaga a los separatistas catalanes. Pero la decisión presidencial está tomada: si tiene margen, y cree tenerlo, irá a por su objetivo en cuanto Feijóo fracase. Con el poder en juego le trae al pairo el ruido de la calle.