José Ignacio Wert Moreno -El Español
 

El PSOE esgrime un «reiterado menosprecio a las siglas» para expulsar de su organización a Nicolás Redondo Terreros. Es paradójico, porque no resulta muy arriesgado decir que eso es, precisamente, lo que el afectado reprocha al partido. Ferraz se da el gusto de transformar en defenestración lo que iba a ser una salida voluntaria inminente.

Por un lado, plantean a la sociedad una gigantesca partida de Tabú con la que se allana el terreno para la amnistía sin pronunciar nunca la palabra. Por otro, se va ganando tiempo echando con cajas destempladas al que ose criticarla.

En el actual PSOE, Redondo Terreros era como uno de esos resquicios de la infancia que permanecen en la habitación del ya adolescente contestatario. Deshacerse de él lleva consigo la liberación de no volver a toparse con el recordatorio de su «yo» de antes. Y supone un acto de reafirmación en la personalidad actual.

Esta eliminación es el enésimo certificado de las señas de identidad del partido bajo el mando de Pedro Sánchez. Una formación que siempre estará más cercana a todo el independentismo y las sensibilidades contrarias a 1978 que al gran partido conservador estatal con el que compartía criterio sobre los cimientos.

Una de las imágenes que viene a la cabeza al evocar a Redondo Terreros es la de sus manos unidas a Jaime Mayor OrejaFernando Savater mediante. Fue en un acto de ¡Basta Ya! para insistir en la necesidad de un pacto entre PP y PSOE para desalojar al nacionalismo vasco del poder.

Eran otros tiempos. Muñoz Molina y Boadella compartían la misma causa. Las urnas de aquella primavera de 2001 no quisieron hacerlo posible. Hoy resulta reconfortante encontrar en este lado a Felipe González y a Juan Luis Cebrián. Su animadversión visceral a Aznar les llevó a posicionarse públicamente a favor del PNV. Leerles hoy lleva a pensar que se arrepienten del papel jugado entonces.

[«Sería profanar la Transición»: la mayoría de los constituyentes del PSOE, contra la amnistía]

Terminó habiendo gobierno socialista con apoyo parlamentario del PP en Euskadi. Sucedió ocho años después, presidido por Patxi López. Dejaremos para otro momento las bromas sobre la calidad de las segundas oportunidades.

Es verdad que el PSOE de Sánchez entronca en esta percepción con el de Rodríguez Zapatero. Pero justo es reconocer que éste tenía otra manera de gestionar la disidencia. «Oye, Pepe, que he pensado en ti para presidir el Congreso». «Paco, ¿qué te parecería representarnos ante El Vaticano?».

«Aquí el que se mueve sí sale en la foto», dijo María Jesús Montero cuatro días antes, queriendo hacer un guiño a Alfonso Guerra. El argumentario como quien engulle el último yogur de la nevera sin demasiadas ganas, pero antes de que caduque. En el fondo tenía razón. El que se mueve sale en la foto que ilustra la noticia de su expulsión.