Iñaki Ezkerra-El Correo

  • Ahora toca echar a Alfonso Guerra y a Felipe González. ¡A que no hay huevos!

No sé si es por la edad o por la situación tan cutre que vive hoy la política española, pero cada vez me acuerdo más de los tiempos del colegio, de aquellos religiosos que se pasaban todo el día expulsándonos de clase, de la iglesia, del cine o del colegio mismo por cualquier nimiedad. ¡Cómo le gustaba expulsar a aquella gente!

Sí, era inevitable que la expulsión de Nicolás Redondo del PSOE me trajera a la mente el recuerdo de ellos. Se ha dicho que delata el nerviosismo que reina en la cúpula de ese partido y creo que eso es lo primero que se advierte, en efecto. El segundo aspecto que denota, y que proviene de esos nervios, es que no han calibrado el efecto que puede tener en sus bases y sus votantes. No han entendido que Nicolás no es uno más. Y no lo es por varias razones, entre ellas por su estilo personal, su buen tono, su paciencia de santo Job laico; porque sus críticas carecían de la agresividad, la acidez y el enojo que han mostrado otros grandes referentes socialistas al disentir del sanchismo. Con ese buen estilo, con su presencia discreta en el PSOE, Nicolás ha dado mucho más de lo que ha recibido. Ha contribuido como nadie -todo hay que decirlo- a alimentar la ficción de que ese partido aún conservaba una dignidad (la que él le prestaba) que ya había perdido hace unos cuantos años. Creo que Sánchez no ha sabido valorar ese regalo ni ha reparado en que Nicolás es un capital moral y político. El tercer aspecto que esto demuestra es que, en su huida hacia delante, Sánchez ya se atreve con todo.

El colegio al que yo fui entró a inicios de los 70 en una dinámica de expulsiones que coincidió, no por casualidad, con la decisión de su dirección de suprimir la rama de letras que todavía seguía vigente en el antiguo bachillerato. Era un signo más de su situación de crisis. Aquel colegio, que ocupaba casi una manzana en el centro de Bilbao, quiso apuntarse a los aires tecnocráticos de los nuevos tiempos, pero solo un lustro más tarde (¡quién lo iba a decir!) se produjo su demolición, a la que asistí con varios amigos que no pudimos reprimir el aplauso.

Vuelvo a Nicolás. Creo que hay una paradoja flagrante en un partido que entra en esa dinámica histérica de la expulsión (Leguina ayer, Redondo hoy) y un Gobierno salido de ese partido en el que todos hacen disparates, pero nadie teme su propio cese. La paradoja se hace en estos días más interesante si recordamos que el que dio la consigna de ‘aquí ya no dimite nadie’ fue Patxi López. Hay, sí, una paradoja entre los que se exponen a la expulsión por opinar y los que se pegan a la silla del poder como garrapatas. Yo es que le animaría a Sánchez a seguir adelante. Ahora toca echar a Alfonso Guerra y a Felipe González. ¡A que no hay huevos!