Nicolás Redondo, EL ECONOMISTA, 17/3/12
Un amigo y exrector de la Universidad del País Vasco mantenía recientemente en un artículo de opinión que la izquierda abertzale (IA), las fuerzas políticas y organizaciones sociales que gravitan alrededor de la banda terrorista ETA, ha ganado la batalla del lenguaje.
Dice que las mismas personas, desde hace muchos años, sin moverse un ápice de sus pretensiones originales, han conseguido contagiar a una gran parte de la población vasca con una perversa manipulación del lenguaje, tomando la iniciativa de forma contundente en la política vasca ante el inmovilismo del resto de las fuerzas políticas. Pero yo considero que no debemos quedarnos en la descripción de la situación; estamos obligados a profundizar en la cuestión si no queremos quedarnos en la frustrante queja, en el lamento inútil. ¿Por qué tienen esa capacidad? No es porque sean más inteligentes, ni más imaginativos, sencillamente tienen el inmenso poder de saber, sin dudas, lo que defienden. Ya lo recordaba Lewis Carroll en Alicia en el País de las Maravillas con un diálogo impagable:
-Cuando yo uso una palabra -dijo Humpty Dumpty en tono desdeñoso- significa lo que yo quiero que signifique. Ni más ni menos.
-La cuestión es -dijo Alicia- si usted puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas.
-La cuestión es -dijo Humpty Dumpty- quién manda.
¿Quién manda aquí?
Efectivamente, la izquierda abertzale actúa con el poder que le da hacerlo en una sociedad amedrentada por el terrorismo etarra, dispuesta a cualquier tipo de concesión con tal de relegar al pasado el protagonismo trágico de la banda terrorista, con menos dudas y resistencias cuando la clase política y la periodística parecen obnubiladas por el entretejido político-social de la IA, pero también influye en su capacidad de imponer el lenguaje, la claridad y la sencillez de su ideario. Simpleza y contenido, más de carácter sentimental que racional, y que tiene puntos de conexión con todos los discursos totalitarios: hasta las ideologías totalitarias que más han presumido de racionalidad han tenido un componente sentimental determinante, los enemigos internos o externos, la defensa de la patria, de la clase o de la religión han sido y son las referencias que han terminado sustituyendo todos los esfuerzos pretendidamente científicos.
Mientras tanto, los partidos democráticos vascos vienen desde hace tiempo y por motivos diferentes actuando a la defensiva.
Los nacionalistas obedecen a dos impulsos que pueden ser contradictorios, pero que son inevitables: necesitan un final de la banda terrorista que no se convierta en una impugnación general al nacionalismo y, por otro lado, desde una posición ideológica más compleja y difusa deben enfrentarse a una formación política que amenaza su privilegiada posición en el ámbito nacionalista. El primero les lleva a prestarles a sus adversarios una legitimidad democrática de la que carecen y el segundo les convierte en sus principales competidores en las próximas elecciones autonómicas.
El PNV debería inventar una propuesta que supere sus iniciativas tradicionales, pero no tiene tiempo y no sé si posee energía y ganas suficientes para hacerlo. De no lograrlo, corre el peligro de convertirse en una formación política decadente en manos de expresiones nuevas y más atractivas en estos momentos. Les sirve de ejemplo su ascendencia al protagonismo en la política vasca y la decadencia paralela del carlismo en el País Vasco.
Los socialistas se desenvuelven en una confusa y dudosa oferta estratégica. Así, los perfiles que deberían ser más característicos de los socialistas vascos se tornan confusos por motivos muy coyunturales, lo que les puede permitir ganar unas elecciones, pero les dificulta la defensa de proyectos de largo alcance, que son los que la sociedad vasca discutirá en las próximas elecciones autonómicas.
El Partido Popular, disfrutando hoy de un éxito incontestable en el resto de España, se siente en una desagradable soledad de la que intentan huir a toda costa, lo que les ha llevado a una tolerancia con algunos comportamientos de sus socios actuales incomprendida para una parte de su electorado, sin que sirva de atenuante su desinteresado apoyo al Gobierno de Patxi López.
La indecisión de unos, la confusión de otros y la necesidad de los terceros permite al entorno político de ETA imponer su iniciativa política y por lo tanto su lenguaje en el País Vasco. ¿Cómo dar la vuelta a la situación? Los socialistas deberían recuperar su discurso nacional y socialdemócrata reivindicado la confección de un relato histórico en el que no quepa confusión entre ellos, los terroristas, y nosotros, los demócratas. El Partido Popular, sin volver al pasado inmediato, debe recuperar su nivel de exigencia.
No sé si lo harán y menos si tendrán éxito electoral, pero el problema no se plantea en la derrota o victoria de los partidos que podríamos denominar institucionales, sino en la repercusión de una posible y probable derrota del Estado de Derecho. Puede entristecernos la derrota partidista, pero sería gravísimo que el fracaso de éstos provocara la derrota de la España constitucional. Efectivamente, ésta es la cuestión y por esto mismo el Gobierno de la Nación debe, por encima de las ambiciones y expectativas de los diferentes partidos políticos, entender lo que sucede en el País Vasco como una cuestión de Estado.
Nicolás Redondo Terreros, presidente de la Fundación para la Libertad.
Nicolás Redondo, EL ECONOMISTA, 17/3/12