Cuestión de oído

IGNACIO CAMACHO – ABC – 19/09/15

· No será por falta de advertencias. El prusés conduce a un colapso de repercusiones desastrosas en la vida cotidiana.

En una cosa, tal vez sólo en una, lleva razón Artur Mas: para ser unas simples elecciones autonómicas el Estado se las ha tomado muy a pecho. Para unos comicios regionales de rutina no se moviliza a Obama, Merkel, Cameron, la UE, la Banca, el Círculo de Empresarios, las Cámaras de Comercio y el sursumcorda, ni se reforma el Tribunal Constitucional en previsión de lo que acontecer pueda.

Ese argumento legalista y burocrático, muy propio del marianismo impasible, se desmoronó en el primer minuto de campaña. Además de su evidente falta de peso ante un soberanismo que sí ha tomado la convocatoria por plebiscitaria, existía un riesgo claro para los constitucionalistas: desmovilizar a sus propios votantes, que como demuestra el historial de participación nunca se han interesado mucho por las elecciones estrictamente catalanas.

Se trata de un plebiscito, sí. Aunque no tenga validez jurídica porque no la puede tener, su potencial conflictivo consiste precisamente en que Mas ha anunciado su intención de pasarse la ley por el forro. De tal manera que si gana, y probablemente va a ganar, se producirá una tensión legal e institucional inédita en esta democracia que ni puede ni se plantea resolver la cuestión al modo de la República: apuntando a la Generalitat con baterías de cañones.

El desafío secesionista conlleva repercusiones muy serias; su empeño en avanzar por una vía cegada amenaza con desencadenar problemas realmente desastrosos que comprometerán de forma inequívoca la vida de los ciudadanos catalanes. Ciudadanos a los que su gobierno autonómico ha hecho creer que la independencia está a un inocuo saltito de la orilla como el de Jack Sparrow en «Piratas del Caribe». Y como eso no es así, ni el Estado se va a dejar romper por las buenas, conviene que se sepa que estamos ante un conflicto de primera magnitud que va a poner a prueba la resistencia de los materiales de la estructura de España.

A los independentistas les da igual; al fin y al cabo eso es lo que pretenden. Si no han parado barras en fracturar la concordia civil y hasta familiar de Cataluña, si no se creen la evidencia de que la separación les sacaría de la Unión Europea, si incluso siguen convencidos de que la Liga dejaría jugar al Barça, poco les va a preocupar que el prusés acabe en un monumental descalzaperros político, jurídico, económico, financiero y administrativo que altere al límite la regularidad cotidiana.

Es lo que buscan: el caos en el que pescar a la brava. Pero al resto de los catalanes, a los que rechazan el enfrentamiento, a los que quieren convivir con normalidad, a los que preocupan los saltos al vacío, sí debería importarles que se rompan las pautas estables de funcionamiento del sistema. No porque lo digan los banqueros y Obama sino porque ese colapso, anunciado y previsto, puede convertir su existencia habitual en una cosa muy, muy complicada.

IGNACIO CAMACHO – ABC – 19/09/15