FRANCISCO IGEA-El Confidencial
- En política, se debe aprender a ceder en lo accesorio y mantenerse en lo esencial. Ser un partido flexible no quiere decir que cualquier contorsionismo sea posible
En España, nos hemos organizado en tribus impermeables al análisis a las que hemos dado en llamar partidos. Estas tribus, con una marcada jerarquía, tienen en su cúspide al césar acompañado de su correspondiente equipo de comunicación.
Al cesarismo, cuya máxima expresión actual es el sanchismo, se le supone que tiene la ventaja de convertir estos partidos en una fenomenal máquina de combate electoral. Craso error porque, además de no ser esto cierto, los transmuta en una pésima herramienta para el gobierno y el pacto. Permítanme un breve análisis.
Un partido disciplinado en campaña es una bendición para los estrategas de la comunicación. “Sin errores”, «un éxito», oí una vez a un miembro del equipo de comunicación de una campaña. Todos habían dado el mismo mensaje, sin una sola fisura ni una sola divergencia, estaba feliz.
Nunca acabé de entender en qué se basa esa teoría de que un partido monolítico gana más elecciones que uno en el que la discrepancia es posible. De hecho, la historia reciente de nuestro país demuestra justo lo contrario. El PSOE del felipismo, el guerrismo y la izquierda socialista, de Solchaga y de Pablo Castellano, sacaba mayorías más amplias que las exiguas minorías mayoritarias del caudillo Sánchez.
Lo mismo puede decirse de la polimorfa UCD y del PP de Aznar, que abarcaba democristianos, liberales y conservadores. Bien es cierto que la libertad y la discrepancia son más molestas para el líder y su aparato, eso sí.
No se trata de ganar en el corto, se trata de ganar en el largo plazo. El futuro no es la portada de mañana ni el ‘trending topic’ de hoy
¿Cómo se comportan entonces estos partidos al enfrentarse a situaciones de ausencia de mayorías? Pues se comportan de manera muy deficiente. Estos partidos, compactos y monolíticos aguantan mal, muy mal, los pactos. Como se ha hecho creer a todos sus militantes que fuera del dogma no hay salvación, cada vez que el partido se ve obligado a una cesión, por aquello de conseguir una mayoría parlamentaria, el partido se resiente y comienzan a escucharse voces de ‘traición’ a las esencias, con los consiguientes abandonos o expulsiones.
Este fenómeno hace que el partido vaya adelgazando progresivamente sus postulados, a la par que sus militantes, para tratar de evitar así entrar en molestas contradicciones que haya que explicar después a los afiliados. Se pasa entonces del programa, extenso y detallado, al resumen de campaña, de ahí al decálogo y finalmente, como glorioso remate bíblico del asunto, se resumen todos los mandamientos en dos: “Amarás tus cargos como a ti mismo y al líder sobre todas las cosas”.
De esta manera, todo aquello que se hace para encumbrar al líder está dentro del dogma y aquello que le perjudica es pecado. Simple, pero eficaz. Esto permite que se pueda pactar con quien ayer jaleaba a los asesinos de tus compañeros, hacer cesiones en la integridad territorial, cuestionar el Estado de derecho, arrasar la división de poderes, y todo esto tiene el mismo valor que una cesión en política fiscal o la priorización de unas infraestructuras. Todo vale lo mismo, porque ya nada vale nada. Lo único que vale es mantener al líder en el poder y el mayor número de cargos posible a cargo del erario público.
Lo que está en juego en esta crisis son cuestiones esenciales. La primera de ellas es nuestro sistema de libertades
Esto es lo que nos ha llevado a la actual situación: la absoluta falta de prioridades. En mitad de esta crisis sistémica, que amenaza con llevarnos a todos por delante, todo tiene el mismo peso en la balanza.
Los Presupuestos se equiparan a las libertades. Las vidas y haciendas, a las victorias en encarnizadas campañas de imagen. En política, se debe de aprender a ceder en lo accesorio y mantenerse en lo esencial. Ser un partido flexible no quiere decir que cualquier contorsionismo sea posible.
Lo que está en juego en esta crisis son cuestiones esenciales. La primera de ellas es nuestro sistema de libertades. El Estado de derecho no puede sacrificarse a la obtención de cuatro concesiones en un Presupuesto. Esto debería quedar claro. Conseguir una política eficaz en la lucha contra el virus y reducir al máximo la mortalidad debería estar por encima de las conveniencias políticas del día a día. Mantener la Unión Europea como garante de las libertades es infinitamente más provechoso que intentar trampear unas ayudas, por muy necesarias que estas sean.
No se trata de ganar en el corto, se trata de ganar en el largo plazo. El futuro no es la portada de mañana ni el ‘trending topic’ de hoy. Se trata, en definitiva, de tener claros nuestros intereses esenciales. Es, simplemente, una cuestión de prioridades.