Andoni Pérez Ayala-El Correo
En los periodos postelectorales como el actual, una vez contabilizados los votos y los escaños, la formación del gobierno suele ser el tema que habitualmente centra la atención de los círculos políticos y, así mismo, de los medios de comunicación. En un sistema de bipartidismo imperfecto como el que hemos tenido hasta hace poco, el signo del gobierno no planteaba mayores problemas ya que el partido ganador es el que tiene asegurada la formación del nuevo ejecutivo tras las elecciones; pero en el actual sistema multipartito, cuya configuración final no está cerrada definitivamente (estas últimas elecciones son una muestra de ello) las cosas no son tan sencillas y la fórmula de gobierno -coalición, monocolor, geometría variable…- plantea una serie de problemas específicos, que son los que están marcando el periodo postelectoral en que nos encontramos.
En esta ocasión, además, las cosas se complican más ya que el periodo postelectoral del 28A se solapa con el preelectoral del próximo 26M, lo que plantea una situación muy especial, en la que adoptar cualquier decisión sobre la fórmula de gobierno para la próxima legislatura resulta particularmente problemática. En estas circunstancias, el calendario político postelectoral se ve alterado obligadamente ya que parece bastante razonable posponer, hasta la realización de las próximas elecciones, la cuestión de la formación del Gobierno. Entre otras razones porque no conviene mezclar un tema como éste, ya de por sí muy controvertido, con otras cuestiones de naturaleza distinta e igualmente controvertidas como las que se van a plantear en el marco de los procesos electorales, locales y europeo, que tendrán lugar simultáneamente en los próximos días.
Este obligado aplazamiento temporal de la cuestión relativa a la fórmula de gobierno puede servir, sin embargo, para extraer de la experiencia reciente de las dos últimas legislaturas (y de los gobiernos que se han sucedido en ellas) enseñanzas que pueden ser muy útiles a la hora de abordar las tareas de la legislatura que ahora comienza; y, así mismo, la cuestión de la formación del próximo gobierno. Aunque sólo sea para evitar recaer en los mismo errores; en especial en uno que es clave para el funcionamiento del sistema parlamentario, como es el de la (ausencia de) mayoría parlamentaria basada en un programa común compartido; lo que inevitablemente da lugar a una situación como la que se ha prolongado durante las dos últimas legislaturas, en las que el Gobierno ha carecido del apoyo parlamentario necesario para garantizar su continuidad.
Plantear la formación del próximo Gobierno al margen de la mayoría parlamentaria (y del programa común) que la respalde, como se ha hecho y se sigue haciendo ahora, solo puede conducir a reproducir en esta legislatura la situación que ya se dio en las dos anteriores. Sobran las cábalas sobre geometrías variables y los distintos apoyos que van a lograrse en función de cuáles sean los temas a tratar; o sobre las habilidades virgueras del Gobierno para sortear los obstáculos que surjan en la tramitación de los principales proyectos legislativos. Sin una mayoría parlamentaria estable y suficiente (no tiene que ser absoluta pero tampoco puede ser tan escasa como la que tiene tras estas elecciones el partido con más escaños) no hay posibilidad alguna, como por otra parte muestra sobradamente la experiencia de las dos últimas legislaturas, de garantizar la continuidad del Gobierno, ni tampoco de la propia legislatura que ahora comienza.
Con los 123 escaños obtenidos por el PSOE en las recientes elecciones, exactamente los mismos que tenía el Gobierno en funciones de Rajoy durante la mortinata legislatura surgida de las elecciones de 2015 y bastantes menos que los 137 conseguidos en las anteriores de 2016, no es posible plantearse seriamente ningún proyecto de gobierno para los próximos cuatro años. Solo si se consigue articular una mayoría parlamentaria suficiente, que en todo caso debería ser más amplia y, sobre todo, ha de estar cimentada en un programa común, lo que no ha ocurrido hasta ahora, se estaría en condiciones de abordar la legislatura que ahora comienza con garantías razonables de poder llevar a cabo en ella una acción de gobierno y una actividad legislativa que, en los últimos tiempos, ha tenido serias dificultades para poder ser desarrollada con normalidad.
En consonancia con el nuevo mapa político multipartito que vienen dibujando las últimas elecciones, conviene ir haciéndose a la idea de que las mayorías parlamentarias que sustenten al Gobierno difícilmente van a ser en lo sucesivo monocolores como ha venido ocurriendo hasta ahora. Ello implica afrontar sin dilación y sin reservas las negociaciones necesarias con el fin de llegar a acuerdos programáticos, bien de gobierno o en todo caso de legislatura, que permitan llevar a cabo la acción del ejecutivo, sin que ésta se vea obligada a tener que ser interrumpida prematuramente como consecuencia de la falta de apoyos parlamentarios, tal y como ha ocurrido en las dos últimas legislaturas. Y, así mismo, para posibilitar el despliegue de la actividad legislativa, que también se ha visto afectada seriamente en los últimos tiempos por las mismas razones
No es nada probable, parafraseando el conocido dicho popular, que antes del cuarenta de mayo podamos desprendernos del sayo que cubre las complejas relaciones que vienen tejiéndose en este periodo postelectoral en torno a la gestión de los resultados del 28A. Pero sí sería deseable que las formaciones políticas, en especial las llamadas a tener un mayor protagonismo, expliciten con toda claridad su posición en torno a las cuestiones claves en este periodo poselectoral; en particular, sobre la fórmula de gobierno por la que se opta y la articulación de la mayoría parlamentaria que lo sustenta. Aunque solo sea para no tropezar en las mismas piedras en las que ya se ha tropezado en las anteriores legislaturas y para evitar reincidir en los mismos errores, lo que no está nada claro que no pueda volver a ocurrir.