Braulio Gómez-El Correo

Las políticas que con más atención están siguiendo los ciudadanos son las que marcan las normas y las restricciones a su vida cotidiana. Mis amigos llevan mascarilla, cumplen con la distancia social y se lavan las manos con frecuencia. Pero muchos siguen sin renunciar a su vida social tal como nos están suplicando las administraciones vascas y españolas.

Hacía tiempo que todas las conversaciones que mi curiosidad y mal oído son capaces de captar no estaban tan absorbidas por un solo tema y con un tono común. Cansancio, enfado y búsqueda de excusas para no renunciar a toda la vida social como recomiendan u ordenan, según donde vivas, la mayoría de las democracias europeas.

Al mismo tiempo, las ciudades han empezado a arder a la noche. La izquierda, con la característica superioridad moral, se ha apresurado a echarle la culpa de la violencia a la extrema derecha que es la que alimenta a los negacionistas y la que alienta y estimula todo el vandalismo que generan en última instancia los delincuentes habituales que se suman recurrentemente a todas las movilizaciones independientemente del sentido social o política de la misma. Es algo que pasaba antes de la pandemia y es algo que ocurre en todo el mundo. También, creo que desafortunadamente, se ha utilizado la palabra terrorismo por parte del lehendakari para tipificar con un término con implicaciones sobradamente conocidas las últimas algaradas nocturnas.

La realidad es que el ambiente social diurno es más tenso que en la primera ola de marzo y no tiene un diagnóstico tan simple. Más allá de la irresponsabilidad y la violencia injustificable de algunos, sería bueno enfocar el problema en el ámbito social y económico. A las protestas se suelen unir los que no tienen nada que perder. Cuidado con ver ‘cayetanos’ y fascistas por todas partes. Manuela Carmena dio en la clave con sus polémicas declaraciones de este fin de semana en las que afirmaba que tenía amigos de Vox que eran buena gente. Una luchadora antifascista los reconocía como parte de su comunidad aunque votaran a opciones políticas que ella combate.

No es buena estrategia la de marcar superioridad moral hacia aquellos ciudadanos que de buena fe se pueden sumar a protestas o concentraciones en los próximos días para dar salida a su malestar con la situación actual. Hay que redoblar los esfuerzos políticos y económicos para que no acabemos viendo a nuestros amigos, los que sentados en su terraza habitual dejan durante horas la mascarilla en la mesa, en este tipo de protestas. Y pensar más en los efectos sociales y psicológicos de una pandemia que es nueva para todos y que necesitamos combatirla juntos sin perder a nadie por el camino.