Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

  • El Plan de Reconstrucción persigue objetivos bondadosos, pero hay dudas de que el Gobierno pueda sacarlo adelante
 El Plan de Reconstrucción discutido y aprobado en el Congreso, bajo la presidencia de Patxi López, tuvo unos pocos minutos de gloria, antes de ser arrumbado en el baúl que cobija a los trastos inútiles. Nunca se supo mas de él. Su fallo fue el excesivo contenido político, la algarabía partidista de su elaboración y su falta de contenidos concretos. El presentado esta semana por Pedro Sánchez va a durar más. Su elaboración ha sido más técnica, pues se ha cocinado en los fogones del propio Gobierno y tiene más urgencia y mayor necesidad, pues ha de convertirse en el esqueleto de los presupuestos generales y en el canal por el que fluyan después los anhelados dineros de Bruselas. Tiene la debilidad de que, al no haber sido consensuado durante su elaboración, deberá serlo durante su aprobación y, dado el ambiente político del país, es más que probable que afloren las discrepancias y surja el penoso espectáculo de división y enfrentamiento al que tan habituados estamos. Lo cual es nefasto, pues la Unión Europea puede prestar poca atención a nuestras disputas sanitarias, por ejemplo, pero seguirá de cerca este proceso dadas sus enormes consecuencias económicas y la entidad de las cantidades comprometidas, cuyo desembolso deberá decidir sin que ninguno de los socios plantee vetos indeseables.

Ya le he comentado que el programa tiene objetivos tan ambiciosos como bondadosos a los que resulta imposible criticar y está dotado con fondos suficientes para sustentar cualquier actuación. Los problemas aparecen a la hora de estimar las probabilidades que este Gobierno -con sus diferencias internas, con unos apoyos parlamentarios tan diversos y originales y con esta espantosa relación con la oposición- tiene de sacarlo adelante.

Ya de entrada creo que comete algunos fallos graves. Uno es su omnisciencia. Pretende abarcarlo todo, influir en todo, atacar todos los problemas y atajar todas las disfunciones. Todo a la vez es demasiada tarea para un gobierno que ha demostrado severas carencias en materia de gestión. La sanidad y la economía nos proporcionan buenos ejemplos de su falta de criterio e incluso de afición a la materia. Si no han sido capaces ni de comprar material sanitario en condiciones normales y si no han estado dispuestos a buscar el apoyo de quienes saben hacerlo, ¿serán capaces de gestionar con eficacia 142.000 millones de euros y canalizarlos hacia proyectos que, de verdad, impulsen el país hacia adelante? Ya veremos.

Luego está esa manía (ha habido antes muchos pacientes de la misma) de cuantificar objetivos cuyo cumplimiento no está en su mano y que solo sirven de enganche para colgar de ellos titulares de prensa aparatosos. ¿Van a crear 800.000 puestos de trabajo? ¿Sí, quién y dónde? El gobierno puede crear puestos de trabajo y de hecho hoy en día es el gran empresario por la contratación de empleados públicos. ¿Pero es eso lo que se busca o más bien se pretende que sean la sociedad civil, los empresarios privados y los autónomos quienes creen de manera mayoritaria esa cifra de empleos? Si es esto segundo, mucho más importante que hacer grandes ‘planes directores’ para las empresas es que creen el entorno legal, administrativo y fiscal para que surjan iniciativas.

El Gobierno no conoce mejor que sus propios gestores las necesidades y las conveniencias de los diferentes sectores económicos, de tal manera que pretender sustituirlos y tomar el timón de la economía es una tentación de todo dirigente al mando, pero también una muestra de soberbia inútil. Vean a dónde llevaron a sus países los dirigentes ‘dirigistas’ y no necesitará más argumentos.

Por lo demás, le refresco algunas cifras. Desde la aprobación de la reforma laboral de Rajoy en marzo de 2012 hasta que le ‘empujaron’ a irse en mayo de 2018, el saldo positivo de la creación de empleo en España fue de 1.947.184 empleos. En los dos primeros años de gobierno de Pedro Sánchez el saldo es negativo en 436.581. Ni los méritos, ni las culpas son exclusivamente personales – influye obviamente la coyuntura-, pero los datos son incontestables, las orientaciones fundamentales y el signo de las medidas capital. No conviene olvidarlo. Para no equivocarse demasiado, digo.