Editorial-El Correo

  • Es un error suponer que el secesionismo dejará de lado la consecución de una república propia mientras se mantenga en el poder autonómico

El independentismo catalán se presenta a las elecciones autonómicas del 12 de mayo con el propósito declarado de hacer realidad la secesión en los próximos años. La competencia entre las cinco o seis siglas de ese espacio que podrían confrontarse en la próxima campaña -ERC, Junts, CUP, Solidaritat Catalana, Alhora y Aliança Catalana- contribuye a mantener viva la llama. La radicalización segmentada del secesionismo ha hecho que la única formación genuinamente independentista que ha mantenido representación institucional desde la Transición -la ERC de Junqueras, Rovira y Aragonès- ocupe hoy la posición más moderada de ese espectro, siendo objeto de la avidez electoral de los demás grupos. El candidato a la reelección como presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, ha anunciado su propósito de convocar un referéndum de autodeterminación acordado con el Estado, con la pregunta «¿quiere que Cataluña sea un Estado independiente?». Lo expuso en la sede del Instituto de Estudios del Autogobierno, al que había solicitado un informe al respecto, dando a entender así que se trata de una posición avalada por la Generalitat. Y sin una renuncia expresa y definitiva a la vía unilateral, que dirigentes de Esquerra han considerado inconveniente unas veces y perfectamente democrática otras.

Para alcanzar la secesión, para culminar el ‘procés’, sus promotores tendrían que lograr previamente la promulgación de otra Constitución y la modificación del Tratado de la Unión Europea. Aunque Aragonès simule que sería suficiente con explorar las posibilidades del artículo 92 de la Carta Magna, del 150.2 de delegación de competencias del Estado, o de la ley orgánica 2/ 1980 sobre modalidades de referendo. El independentismo y el independentista son dos en realidad. Uno que confía en que Pedro Sánchez ‘constitucionalizará’ la independencia, como lo ha hecho con la amnistía. Y otro que confía en lograr la separación cuando se evidencie de nuevo que la república catalana no tiene cabida en el Estado constitucional.

Es un error suponer que el independentismo catalán dejará de lado la independencia mientras se mantenga en el poder autonómico. Porque precisamente fue el aval de la Generalitat lo que convirtió el ‘procés’ en un fenómeno de masas. Porque la independencia que imaginan tanto Puigdemont como Aragonès no parte de cero, sino del poder autonómico institucionalizado en la Generalitat.